Alberto Bejarano












Alberto Bejarano


Elías y El Golem*

“And who has been happiest?”
Excelsior, Walt Whitman

Boris vendía juguetes al por mayor y al detal en un local llamado “Elías y el Golem” en la calle Eugène Varlin de París en el décimo arrondisement. Eran juguetes de madera, fabricados a mano de generación en generación desde los tiempos de Pushkin. Eran juguetes tallados en forma de humanoides, casi sacados del expresionismo alemán de los años veinte. Boris siempre escribía en su base: “Figurita hecha en Weimar al detal, 1920”.

“Al mayor y al detal” es una expresión que puede significar muchas cosas, algunas contradictorias. Para Boris, lo de “al por mayor” era pura apariencia. O era una simple reminiscencia de sus abuelos. En cambio, “al detal” solo podía referirse a alguien. En su caso, a una mujer. Cuando Boris hablaba de sus juguetes –lo que hacía muy rara vez- se refería a ellos como ellas. Para él, juguete era femenino. En cambio cuando hablaba de personas, lo hacía como si se tratara de objetos, y eran masculinos. El nombre “Elías y el Golem” era por su padre y su gato, en ese orden.

La primera vez que pasé por ahí, una noche de noviembre, no reparé en la vitrina de Boris. Iba muy ensimismado, buscando un estudio fotográfico. Tenía un rollo por revelar, por “desarrollar” como dicen los franceses. Es bien diferente eso de revelar a desarrollar. Unos (se) revelan, mientras que otros apenas (se) desarrollan. Boris es de los primeros. Durante ese año yo trabajaba como dependiente con el fotógrafo Larry Clark en su serie sobre París-en-interiores que finalmente permanecería inédita: “Autant des fantasmes...” era su título. Esperaba ser modelo.

Clark me había mandado esa mañana con un paquete y un par de cartas al Estudio Varlin de la calle del mismo nombre. La calle tiene cien años así bautizada. Eugène Varlin fue un gran communard, un leal socialista. Su vida está ligada a la famoso foto de la Plaza Vendôme y al espectro de Courbet que aparece en ella, tal como lo recuerda Bolaño en 2666. Al final de la Comuna fue fusilado. Todo eso me lo contó Boris en la buhardilla de su local, recién nos conocimos. Mientras hablaba de Varlin, yo miraba su uñas finamente delineadas y sentía que Boris era la encarnación de ese bravo revolucionario.

Cuando entré al Estudio Varlin, vi por primera vez a Boris. Mientras esperaba sus fotos, leía La dama del perrito de Chejov. Las fotos que esperaba eran para enviárselas a una hermana en Yalta. El voluminoso paquete que yo traía le causó curiosidad y me preguntó con qué tipo de fotos trabajaba. Le hablé de Clark y de su “estilo” y se mostró interesado. Me pidió que lo invitara al vernissage de la exposición. Luego se puso a hablar de Yalta y de los trenes al este y al final me preguntó si me gustaban las juguetes.

-          ¿Los juguetes...querrá decir?
-          No, le pregunto si le gustan las juguetes...
-          No entiendo a qué se refiere
-          Lo invito a mi tienda. Así lo verá por sus propios ojos.

Desde ese día empecé a frecuentar su tienda. Cuando nos despedíamos,  siempre me regalaba una figurita de madera. Al poco tiempo empecé a trabajar con Boris. Unas semanas más tarde ya estábamos viviendo juntos. Yo nunca había amado a un hombre, pero la feminidad de Boris me sedujo. No sé si era gay, como dicen ahora. Sé que Boris me trataba como a un hombre, no como a una mujer. Yo hacía lo mismo. Nos gustaba tomarnos fotos de improviso, sobre todo cuando el otro dormía.

Por esos días Boris estaba por cumplir treinta años en el barrio. Al principio llegó a vivir con su madre al Hotel Excelsior, hoy venido a menos. Habían llegado a Paris por la Gare de l’Est, pero hubiera preferido aterrizar en la Gare d’Orsay (a pesar de haberse convertido ya en el Museo de los impresionistas. O más bien por eso). Boris me contó también la historia de la antigua Gare d‘Orsay, recordada por la exposición de 1900, por ser el lugar de llegada de los prisioneros franceses de regreso del III Reich al final de la II Guerra Mundial y por haberse filmado la adaptación del Proceso de Kafka por Orson Welles en los sesenta. Si, casi todo lo que sé de París lo aprendí de boca de Boris. Era un especialista del lado derecho de la ciudad, de esa rive droite y sus vestigios. Casi nunca iba al otro lado del Sena. Solo cuando visitaba ocasionalmente los cines del Quartier Latin o iba a visitar a Pastora en Montrouge. Pastora era del sur de Francia. Él le escribía todos los días y poco a poco se fue convirtiendo en su Milena (por Kafka). Había algo dérisoire en ese amor. Le escribía postales con imágenes de actores, sobre todo de western, su género preferido. Yo veía sus cartas en el bolsillo de su abrigo y sentía el aroma de las viejas colonias rusas con las que sin falta impregnaba las postales. Pastora casi nunca le respondía. Pero él seguía escribiendo: poemas, monólogos, letanías, proverbios oscuros, promesas lunares, sorbos de vida. Cuando no resistía el hervor que lo consumía por Pastora se iba a caminar por Montrouge. No iba a buscarla. Sólo llevaba su libreta y su cámara y registraba humores, personajes, colores, luces, en fin, soledades como la suya, y después iba a revelarlas al Estudio Varlin, dónde nos conocimos. Boris tenía treinta ocho años en ese momento, pero parecía de treinta. Pastora andaba por los cuarenta. Cuatro veces por semana trabajaba en una boutique. Tres veces por semana iba a una piscina. Dos veces por semana tomaba clases de tango. Una vez por semana se veía con Boris.

Después de la muerte de su madre, Boris vivió varios años con su hombre impar, como él me llamaba en público, hasta que conoció a una mujer que lo hizo recaer en sus amores hetero de su juventud. A Pastora la llamaba la dispar y él se llamaba así mismo, el paciente. A mí me apodaba en privado el contestador. Boris le ponía apodos a todo el mundo. En los últimos años casi no hablábamos. Nunca odié a Pastora. De alguna manera entendía lo que pasaba entre ellos. Me fui refugiando en las juguetes y mi amor por Boris se fue entibiando, hasta que empecé a verlo como un amigo. Pero Pastora no veía las cosas así. No quería vivir con Boris, pero la endiablaba saber que seguía durmiendo conmigo. También quería tener un hijo con él.

Boris fue un paseante inmortal del Canal Saint Martin. Venía del lejano este europeo, de una época de hierro, en la que se cambiaban monedas por olvidos. Monedas de hierro por sellos. Sellos por océanos. Mares por sogas. Agua dulce por agua salada. Carabinas por deseos. Ollas a presión por venenos. Venenos por pescados. Pájaros por escopetas. Baúles por baúles. Boris venía de Yalta. Tenía pegados en su cuarto afiches de Vivian Leigh y de Tony Curtis. Hoy los he guardado en su viejo Baúl.

Cuando alguien se quita la vida, buscamos siempre alguna señal, algún signo para reconfortarnos. Tratamos de afrontar una cierta culpabilidad inconsciente. Todo eso me lo ha dicho mi psicóloga. Pero yo veo las cosas de otra forma. Para mí, Boris se anudó por aburrimiento. Su relación con Pastora lo desesperaba.

Hoy he enterrado a Boris en el cementerio de Montmartre, casi al lado del Director de cine Clouzot (de él sólo he visto “La verdad”). Me ha legado su negocio y no ha habido lágrimas. Nadie más se sumó al inerme cortejo solitario. Al final de la tarde, mientras iba a tomar una copa al Café Tolo, yendo hacia el este, vi una placa. Estaba dedicada a Cortázar (4 rue Martel). Pensé en su cuento La continuidad de los parques. De madrugada escucharé canciones de Jamie Cullim y volveré a ver, una vez más, One million dollar baby de Clint Eastwood. Mañana le entregaré una carta a Pastora y le cambiaré el nombre al local. Lo llamaré: “À l’ouest...Boris”. El lunes comenzaré a tomar lecciones de guitarra flamenca con Armando en el café Tolo.
(c) Alberto Bejarano
París, Francia

*cuento finalista en el Concurso Historias de inmigrantes

Acerca del autor:

Alberto Bejarano (1980, Bogotá, Colombia) vive actualmente en París, Francia.

Perfil Biográfico


Escritor semi-heteronímico de “atmósferas”, dedicado a explorar “el mal del montano” en muchas de sus variantes. Sus obsesiones son el absurdo, el minimalismo y la espera.  En esa vía algunos de sus “Euridices” son Bolaño, Carver, Hopper, Borges, Lynch, Antonioni, Beckett, Cernuda, Luís Caballero, Raúl Gómez Jattin, Blanchot, Oé, Pedro Aznar, Sabina y “el libro gordo de Peteté”. También es un Personaje literario creado en parte por autores (ya publicados) como Gabriela Amar, Aquiles Cuervo y Paul von Leopold, aunque en ocasiones sólo es un Bartleby.

Ha escrito algunas decenas de cuentos, publicados en varias revistas. Su proyecto principal ha sido desde hace un tiempo escribir una novela ucrónica titulada “La viudez como forma de vida” basada en los encuentros fantasmagóricos cos de Anna Dostoievski con Sofía Tolstoi en Crimea a principios del siglo XX. Su primer libro de cuentos  (“Litchis de Madagascar”) se publicará en enero en la Editorial El Fin de la Noche en Argentina. Tiene en espera su primer libro de ensayos titulado “Así habló Roberto Bolaño”.


Perfil bibliográfico


Como escritor:
Post-Esy rider, en Revista Odradek, octubre de 2010
Bolaño en la cárcel, Revista La Movida Literaria, Bogotá, abril 2010
El último padrón, en Revista literaria El puñal,  Chile, 2010
Cinema penalty, en “Relatos, cuentos y ensayos sobre cine clubes”, Cartagena, 2009
El día que apagaron la luz, en Revista literaria El puñal, Chile 2009
Flying behrs, Revista suma cultural, 2009
La viudez como forma de vida, Revista Rilttaura, Universidad Nacional, 2009
Hart-man, Gaceta literaria virtual No. 2, Argentina, 2008
Ante-cámara, en el libro Bogotá paralela, capital mundial del libro, 2008
¿Quién (no) es Pierre Languinez?, Revista de segunda mano, Bogotá, 2005

Como dramaturgo (obras inéditas):
Quítate de la vi(d)a (sobre Jattin)
Soliloquios (sobre Cernuda y Barba Jacob)

Datos de contacto:

Mail: otrasinquisiciones@hotmail.com


imagen: S/T, dibujo, lápiz y acuarela sobre papel (c) Paula Senderowicz, (de la muestra Contemporáneo 13 en el Malba)

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