Carlos Caizza












El trámite



- Señorita, necesito saber...

- Sírvase este número y espere. Un oficial de Banca Personal la atenderá.

-¿...?

-Pase, la llamarán por el número.

- ¡Ah! Gracias.



Como las sillas estaban todas ocupadas, la anciana se quedó de pie cerca del televisor que, colgado de un extremo de la salita, mostraba la felicidad completa de aquellas personas que habían decidido confiar sus vidas a esa institución. Al menos logró distraerse con las imágenes, olvidando la incómoda espera. Su cerebro casi dejó de funcionar. Al igual que un teléfono con fiebre, solo recibía los impactos, no muy sofisticados, del video. Con los ojos muy abiertos, como los de una araña perpleja al ver escapar su presa, se abandonó a la experiencia.

Al rato, una empleada gritó su número por dos veces; alguien le tocó el brazo “Señora, es su turno”. Manteniendo la vista aún atenta al televisor, se dejó guiar hasta la oficinita de vidrio y fluorescentes.



-Tome asiento. ¿En qué puedo ayudarle?
- Mire señorita, resulta que...

- Dígame su número de documento, por favor.
- Si me espera un segundo...



Comenzó a buscar en su cartera. Con movimientos torpes se puso a desabrochar el cierre, muy maltratado por el uso y el tiempo.



-Por aquí lo tengo...; es que llevo tantas cosas. Sin ir más lejos, tengo hasta un regalo para mi nieto... ¡Ahá! Lo encontré. Sírvase.



La empleada tomó el documento y cargó el dato en pantalla, devolviéndoselo.



-Señora, Usted no me aparece como cliente de éste Banco…

-No chica, no. Mi hijo es el cliente. ¡Yo no!

-Pero, entonces, necesito el número de documento de su hijo. ¿Lo tiene?

-Si claro, él me lo anotó en un papel que tengo por aquí.



Comenzó, nuevamente, a rebuscar en la desvencijada bolsa, al tiempo que aseguraba haber colocado, bien a mano, la anotación que le dieran. Por fin, tras encontrarlo le pasó el papelito a la empleada la que, dando muestras de fastidio, se puso a cargar el nuevo dato.



-Bien, ahora sí. Acá me aparece una Caja de Ahorros y una tarjeta de crédito. No veo ningún problema. ¿Qué necesita?

-Mi hijo sacó aquí un crédito y como no le están llegando los, no le llegan los...

__ Los resúmenes de su cuenta. Puede haber una confusión con el domicilio. Déjeme

ver...Aquí figura: Trocadero 3525 ¿Es correcto?



-Sí, creo que lo de la tarjeta lo está recibiendo pero, lo del crédito no.

- Bien, no hay problema. Ahora agrego para que le envíen, también, los pagos del crédito a la misma dirección. Un segundito... ¿Sabe qué? Acá no me aparece como que su hijo tenga un crédito con nosotros. Por ese motivo no le llega nada ¿Comprende?

-Mire señorita por acá tengo la nota que Ustedes le enviaron...



La mujer torna a revolver el cul’ de sac hasta dar con un sobre.



- Mire, mire, fíjese, acá dice algo que Oscarcito no entendió.



Apretando los labios, la joven recibió el manoseado envío con resignación no disimulada. Lo abrió y, luego de leer, la empleada dijo: “Esta notificación le comunica que el crédito pasó a formar parte de un Fondo Fiduciario. Por lo tanto, nosotros no somos, ahora, responsables. Aquí mismo se le informa de un ‘cero ochocientos’ para que llame y averigüe en qué lugar le toca realizar sus pagos.”



La mujer miró la nota y, con aire quejoso, comentó:



-¡Ve Usted, ve Usted! Yo le dije al nene: ¿Por qué no vas vos Oscarcito? A mi no me van a dar ¡ni cinco de bola!

- No, no, no Señora. No se trata de eso. Es que la nota es clara...

- Mire joven, yo creo que hay un error. Mi hijo sacó el crédito acá, en este Banco. El está al día con las cuotas pero, ahora, resulta que no tiene el crédito. Dígame ¿Cómo se lo voy a explicar? Se va a poner muy mal y, seguramente, se va a enojar mucho.

-Señora, él tiene que pagar las cuotas en otro Banco. Nuestro Banco vendió este crédito a un Fondo de Inversión. Entonces, el Administrador de esos fondos es, en éste momento, otra institución.

-¿Y...?

-Tendrá que llamar a ese teléfono y le dirán cuál le tocó. Eso sí, como las últimas cuotas no las tienen registradas como pagas, le van a aplicar intereses. Es una lástima, pero no hay forma de esquivarlo.

-¡Qué barbaridad! Yo estoy segura que mi hijo depósito los pagos. Él es muy responsable. Espere, por aquí tengo algo más que Oscarcito me dio. Un segundito, ya se lo doy.



La insegura mano se introdujo en el interior de aquel bazar ambulante. Como para desalojar una parte de ese volumen, comenzó a dejar sobre el escritorio una variedad de objetos. Pañuelos más o menos usados, un paquete de pastillas abierto, un espejito, un revólver...



La empleada dio un respingo e, inmediatamente, metió la mano bajo el escritorio. En segundos, un policía y un custodio se hicieron presentes. Al ver el arma, se abalanzaron sobre la anciana arrebatándole el revólver y la cartera. De inmediato, un pequeño tumulto de curiosos rodeó el box, por lo que el Gerente tuvo alguna dificultad para llegar hasta allí. Se encontró con una situación ridícula y maldijo no haberse ido a Casa Matriz. Allí hubiera almorzado con algún capo, en lugar de presenciar escenas surrealistas.

La joven empleada no hacía más que dar “Gracias a Dios”, mientras el golpeteo de su zapato contra el piso semejaba el espasmo de una tos convulsa.

Por fin, el Gerente logró concentrar la atención de todos y, ya conciente de la importancia de su intervención, elevó la voz al preguntar a su subordinada cuál es el problema.



- Señor, esta mujer me amenazó con un revólver.

- ¿Es cierto eso, Señora? Preguntó mirando a la confundida mujer.

- Si me devuelven la cartera puedo encontrar lo que me dio mi hijo.

-Su hijo... ¿De quién habla la Señora? (Agregó mirando a la empleada)

- Se trata de un cliente que tenía un crédito que pasó al Fideicomiso. No entiende el procedimiento. Yo traté de explicarle...

- Pero no lo logró.



En eso, el custodio se acercó para susurrarle algo al Gerente. Éste asintió y, luego, dirigiéndose a la mujer le pidió que “disculpara las molestias y que todo se aclararía. Que el Banco no quiso provocar ningún daño, ni a su hijo ni a ella.”



-Señora, ya entendí el problema. Yo mismo daré la orden para que continúen abonando las cuotas en ésta misma sucursal, hasta tanto se aclare la situación. Y Usted, Señorita –agregó dirigiéndose a la joven- se ocupará de los detalles. ¡Ah! Consiga un auto, a nuestro cargo, que la lleve hasta su casa.
Aprovechó el viaje de regreso mirando el paisaje ciudadano, descubriendo, sin entender del todo, los cambios, los edificios y la actitud del conductor que manejaba con una mano y con la otra asomaba un cigarrillo por la ventanilla. Le causó cierta admiración alguien que pudiera estar atento a tantas cosas a la vez. Quince minutos más tarde bajó, con habitual dificultad, frente a su casa. ¡Su casa!

¡Cómo había cambiado! Claro, cuando Oscarcito se quedó sin trabajo, él propuso armar una verdulería en el jardín. No pudo negarse, pero extrañaba horrores el placer de cuidar sus rosales y ver la Santa Rita en flor, esa que tuvieron que sacar para armar el improvisado local. Sin embargó fue compensada con la frecuente presencia de Pablito, su nieto. Entró, pues, en el precario local atestado de cajones y verdura en exhibición. Siempre la impresionó la enorme balanza que colgaba, oscilante, en el centro mismo del ambiente. La báscula, blanca y precisa, era el orgullo de su hijo. Éste acostumbraba colocar a Pablito en ella, para pesarlo y divertirse con la improvisada hamaca.
La mujer miró y se sentó en la única silla disponible; suspiró un par de veces y se dispuso a esperar que el Oscar terminara de acomodar las manzanas.

- ¿Y vieja, cómo le fue?

-Lo más bien. ¡Hubieras visto cómo se preocuparon! Hasta el Gerente vino a verme y fue él mismo quien se ocupó del asunto.

-¡Yo sabía que mi viejita no me iba a fallar! –dijo mientras le daba un beso.



El hijo, continuó acomodando la fruta y, con la inocencia en la boca, le preguntó:

-Ma’, ¿pudo cambiar el juguete de Pablito?



Un rubor de vergüenza pintó arrugas. Como un relámpago se cruzó por su memoria la situación en el Banco y el momento en que dejara la réplica de plástico sobre el escritorio.

- Oscarcito, le voy a comprar otra cosa. No tenían el mismo modelo (mintió) y, además, es chico para andar con un revólver, aunque sea de juguete.

-Ta’ bien vieja, pero elija algo lindo. No importa si hay que agregar. Pasaron unos segundos y cuando parecía que todo estaba dicho...

-Ma’, te tengo una noticia, bah... un notición. Parece que el Chacho va a poner un puesto en el Mercado Central. Me quiere a mí como encargado. ¿Qué le parece?

-¿Y el negocio? Conmigo no cuentes...

- No Má’, lo cerramos y listo.



La anciana, suavemente, se reacomodó en la silla, entrecerró los párpados y se imaginó con la regadera, de nuevo entre sus rosas y las hortensias. Eso sí, en lugar de la Santa Rita, ya perdida, pondría un jazmín; y la verdulería fuera, fuera, fuera. Después de lo del Banco, después de comprobar lo bien que le había salido todo, tomó la decisión: ¡Era hora de hacer algunos cambios y los haría! ¡Vaya si los haría!

(c) Carlos Caizza
Buenos Aires

El trámite resultó finalista en el concurso Contra toda violencia hacia la mujer

Acerca del autor


Carlos Caizza desde hace algunos años integra el grupo Mundo Sur Escritores. De modo Cooperativo ha publicado la Antología de cuentos “Dejando Rastros”. Actualmente, tiene en preparación una Antología propia, también de cuentos. Con cuentos premiados, actualmente colaboro con la Secretaría de Cultura de Benferri (España).




imagen: Eugenio Daneri, La madre

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