Gloria Dávila Espinoza


Los blancos heraldos de Sigmund Freud

Las amplias mamparas de la habitación, dispuestas una frente a otra, permanecen intactas, sus vitrales pincelan una densa vegetación; evidenciando que allí sí la vida abunda. Los compacts disk de Raúl García Zárate, Astor Piazzola, Mozart, Paganini y tres libros de Juan Rulfo, Bertold Brecht y Oscar Lucio Colchado; reposan sobre el pequeño velador de noche, en donde una rústica lámpara permanece encendida; dejando entrever una feroz pugna con la luz del día al rescate por la primacía de saber quién es más hercúleo.

Frente a ella y sobre la consola de caoba, al lado izquierdo de la ventana -que colinda con la pequeña sala de estar en donde suelen mantener interminables charlas sobre literatura, política, religión- expone desperdigados un par de lápices de dibujo gastados, un polvo compacto con la cobertura abierta, una crema de noche, y un frasco de perfume que deja escapar un aroma de orquídeas.

Aquél que dijo haberlo adquirido en una tienda, en el aeropuerto Charles De Gaulle de París; mientras esperaba su vuelo a Frankfurt. Sobre la silla y junto a la mesita de centro, un viejo chaleco de cuero marrón y un chal azul de tejidos finos penden de ella. A la siniestra de ella, el retrato de Greta Garbo y Marilyn Monroe -me lo había dicho hasta el cansancio que siempre quiso ser como ellas, yo preguntaba cada vez en son de chanza ¿y si alguna de ellas cruzara por la vereda de la casa?; ella respondía con prontitud: de seguro, correría tras aquélla para intentar ser amigas y conocer todos sus secretos”.

Mientras una suave melodía de Lorena Mckenitt se deja oír, un collar de escamas fucsias, parece irrogar la memoria de un nombre, Cristiane Grandó, una joven poeta brasilera, que obsequiara a Úrsula Margarita, un libro de su autoría, la noche de su debut en el local de Teatro SESC en Bento Gonçalvez, octubre 2006. Ella había acotado de Cristiane como la dueña y señora de los ojos más dulces y una fina cabellera como la de su poesía, y yo había añadido –sin mala intención- una Diosa del Olimpo, a lo que Úrsula no respondió; y simplemente continuó caminando. Parecía mortificada por mi opinión. Hubiese preferido callar pero, no la había conocido tanto hasta entonces, porque hacía tan poco tiempo, que nos habíamos conocido; de ser así, me hubiese mordido la lengua, antes de herirla.

No me dirigió la palabra por espacio de más de una semana. Sabía que era rencorosa, sin embargo; no medí mis ímpetus. Hoy 10 de febrero de 2009, se tendió sobre la cama, más temprano que nunca, acompañando en su itinerario a las avecillas. No quiso hablar con nadie –me lo hizo saber – ¿Ni siquiera conmigo que soy tu esposo? – Le dije – meneó la cabeza en señal de que, no deseaba ver a ninguna persona; incluyéndome entre ellas.

No quise importunarla, pero me horrorizaba verla así. No sabía qué había sucedido. Por favor que nadie entre a mi habitación, quiero estar sola, voy a descansar –me dijo con mucha determinación. Aunque no era común que a esas horas estuviese en cama, porque ella sabía robarle tiempo al tiempo. Algo debía ocurrirle, traté de hurgar en su mirada, pero no me la quiso ofrecer. La miré por la ventana, y ella corrió las cortinas.

Era obvio que no quería nada de nada; y si las sábanas estuviesen frías, pediría que se abra la calefacción, porque deseaba estar cómoda. Solo alcancé a ver sobre el sofá de cuero negro, su vestido azul de terciopelo, el que usó hoy en la tarde, como madrina de graduación de uno de sus jóvenes alumnos de la Universidad del Pacífico de Lima. La Molina ya no era la misma de antes, y creo que sólo es bella cuando Úrsula sonríe y precisamente éste no era el caso. Quería zambullirme en ésa su mirada, pero su tristeza me agobiaba, me vestía de pigmeo, no debía ser misántropo; por eso la dejé en su espacio preferido; su habitación. Aquella que devoramos extasiados de placer.

El laptop y la vieja computadora, su fieles compañeras de batallas; como ella misma lo dijera –for ever and ever- (las que la escondían no sólo sus ardores de mujer apasionada, sino también sus oscuras noches con sus días en penitencia), permanecerían en un extraño silencio. Ningún sonido del teclear, se oiría en el espacio, como cuando en sus noches de insomnio se incorporaba de la cama y escribía sin tregua, hasta el arribo de los primeros rayos del alba, y casi al aborde del agotamiento; y al amanecer la sentía aposentarse junto a mí. Ya no acudió a ella para dejar impreso sus sentimientos, porque dijo descansar…Al parecer algo terrible debió ocurrirle en aquella ceremonia, porque regresó más temprano que de costumbre.

Y como cuando cansada de sus penurias se asomaba a mí, lo hizo esta tarde, para hacerme saber que deseaba hallar resignación en mi pecho y con ella, la respuesta a su desazón, igual que aquel día en que Sigmund Freud, decidiera abandonarla para casarse con Martha.

Esa tarde en que me hizo llamar a Marlitt, la joven muchacha que conoció en el ínterin de un teatro en Hamburgo, a la que fuimos cuando se presentó la más grande ópera china. Esa joven que ahora estaba también casada como ella con un maestro de la universidad en donde ambas dictan la cátedra de Literatura Latinoamericana.

Recuerdo con suma claridad los detalles de aquella tarde en que Úrsula Margarita Kerr, cuando supo la verdad sobre Sigmund, respecto a la existencia de Martha; aquélla en la que se descubrió a sí misma como un pájaro de mal agüero, se había repelado el cabello y calzado unas botas y jeans holgados, porque deseaba no ser más una fémina. Corrió tras la compañía de varias copas de vino, con la pretensión de ahogar sus angustias. Nunca había libado con tanta fiereza desde que nos casamos, obviamente no era alcohólica, pero había preferido perderse entre esos laberintos hasta no tener más conciencia y olvidarse de ella misma. Me dijo que pensaba llamarlo por teléfono y dejarle entrever que aunque él estuviese casándose con Martha, ella lo seguiría amando hasta el hartazgo, y creo que yo la entendí porque la amo profundamente. Y no era precisamente su interés hacérmelo saber, pero era tan evidente, ésa su tristeza infinita, que me lancé a hurgar entre los renglones de su diario, y sólo allí supe el por qué de su tribulación. Al lograr un espacio entre la mampara y las cortinas logré verla, estaba de pie, frente a la pared; y en silencio recorría con sus manos la fotografía que se hallaba sobre su recámara, ocupando el lugar preferencial, en donde Sigmund Freud tendría alrededor de veinticinco años, una año después de haberse cambiado el nombre de Sigismund a Sigmund. La silla, en donde había depositado sus ansias de ser su esposa, y contarle al mundo entero que era desde entonces la compañera de Sigmund aunque la gente no diera crédito alguno a sus aseveraciones, hoy pretendía poseerla por completo, al parecer eso haría; y no me equivoqué. Ahora estaba sentaba sobre ella mirando fijamente el rostro de Sigmund. Yo sentía ahogarme en mis celos ¿celos de Sigmund Freud…? –Me decía-¿Y pensar que me pidió que yo la escoltara en sus rigores de mujer enamorada de Sigmund Freud?, claro, era obvio, recientemente nos habíamos conocido y solo éramos amigos, pero su alma depositaria de esos sus amores extremos, me los hacía saber día a día. De seguro que yo le regaría consuelo a granel, por eso se acercaba a mí a contarme sin recelo. ¿Nunca más se la vería bella? Me decía al mirarla casi desfigurada después de quitarse la cabellera de ébano que tantos años esperó crecer. Después de unos días en que ella decidiera repelarse el cabello, hablamos, tanto, que decidió visitar a un psicoanalista, para que sintiera que la vida no se había consumado aún y que sería mejor retomar el pincel y continuar su faena de pintora de mis días. Allí y después de casi tres semanas de asistir a la terapia, logró sonreír nuevamente, y con ella, mis ansias hallaron un nuevo escondite mayor. La vería más acompañada por ella misma como nunca antes, y hasta pensé que se había curado totalmente, y es que el hecho de haber visto el asesinato de su padre, no era fácil, por eso yo la entendía, claro que sí y ella sabe que esto es así. Se lo dije siempre, aunque tardaría uno o diez meses, en aceptarlo como cierto. Su padre había sido un potentado y hasta el primer Alcalde de su ciudad natal y al parecer tuvo más de un enemigo, y fueron quienes tramaron su muerte; aquella en la que Úrsula había perdido no sólo las ganas de vivir, sino las fuerzas para continuar viviendo y a pesar de todo, la convencí de que no fuera así ¿y para qué…? Aquella tarde, después del entierro de su padre, ella se encerró en su habitación como ahora, no deseaba hablar con nadie, ni siquiera conmigo que soy su esposo. Me quedé aguardando como si todo el tiempo del mundo fuera mío, por si algo necesitara, no sabría cuanto la debiera esperar, pero había decidido que ella debía feliz y nada más, por eso no abundé en detalles para hacerlo. Después de casi 23 horas de encierro, me llamó y así terminó su encierro, pero ahora ¿cuánto duraría? –me decía casi mortificado- Quizás hasta el chaleco de cuero marrón repleto de polvo, continuaría colgando del perchero por siglos, así como los recuerdos, ésos que me asaltaban al recordar a Sigmund Freud en la vida de Úrsula Margarita, pero yo estaba decidido que mi amor y dedicación no dejaría que una sombra más lúgubre volviera a pintar su rostro. Habíamos hablamos de aquel chaleco, aquél que ella lo había enviado a confeccionar cuando supo que Sigmund los usaba así, pero como seguía empecinada en amarlo, no podría pedirle que se deshiciera de él. ¿Y si el anillo de plata, el que lleva puesto en el dedo índice de la mano izquierda, estuviese dispuesto de la capacidad de proferir palabras alguna?, sin lugar a dudas diría que, ella seguía amando a Sigmund, a ocultas de mi que soy su esposo, de su familia; y de su madre. ¿Aquélla lo sabría alguna vez? Sé que al descubrirse abandonada por los amores de Freud, se entregó en amores con un joven muchacho que traía las cartas de regreso, allá en Filadelfia, porque no hallaban, ni a la persona; ni a la dirección, porque aquella era inexistente. ¿Lo había inventado para hacer realidad sus fantasías? Ya no cabía la menor duda de que esos años los hubiera gastado rompiendo sus minutos, sentaba frente a él en una taberna en Baltimore, como lo había hecho al terminar sus estudios de especialización en la Universidad de Oxford, en los ochenta. En fin, sólo puedo añadir que arrastraba su memoria a la suya, como la noche al día, como los árboles a la savia; y para no morir, gritando con exasperación, como cuando en une chemisse de forcé la dejamos en la Clínica de reposo.

Sé que al salir de aquel sanatorio, había decidido no pintar ni escribir más y alejarse por completo del mundo fantástico de artes y la literatura, y de sus viajes. Y después de varios años de esa triste historia, estoy yo, ahora, sentado y leyendo un fragmento de su nuevo libro -la que escribía con afinidad extrema, unos días antes de pedirme que la dejara sola en su habitación, aquella que compartimos diariamente, porque es nuestro lecho nupcial: “…en una o dos horas llegará mi madre y si ella me descubriera…de seguro que se vengaría de mí, quizás hasta me rompa el alma… ¿acaso ella no amó a otro además de mi padre…?” Hurgo entre mis recuerdos y hallo cientos de imágenes de cada uno de los eventos a los que ella asistió, la primera es una foto de Playa Girón, precisamente en donde y como siempre, expone su majestuosa belleza, un título me indica que fue en el marco del 9º Encuentro de poetas y escritores aBrace. Allí ambas, Úrsula y Sara, posan para el postrer, es el Hotel de Playa Girón, Cuba, a donde sé que fueron el verano pasado, febrero del 2008. Ya no quepa la menor sospecha que amó el haber permanecido en ese país, porque las playas han sido siempre su predilección. Recuerdo haber visto una foto de cuando Úrsula fuera una pequeña párvula… Una foto en la que la ví la playa, y a ella como dos gotas de agua inseparables, ella con su paleta y balde en ambas manos, posando junto a un hermoso castillo de arena, el que había construido con la ayuda de Wellington, su hermano mayor; y sin importarle que las olas del mar pudieran derruirlo en un santiamén. Hay también en la pared, otra imagen de metal la que pende en la parte superior de su recámara, señalando que aquella habría sido devota de la virgen de Guadalupe. Pero eso es un error. Pues, rara vez iba a misa y en incontables ocasiones la vi renegar de los preceptos de la iglesia católica. Había conocido a los mormones, los yoghis; y luego a los Testigos de Jehová, claro está que después de que sus padres se divorciaron. Nada de aquello contaría con su vida, pero aquella imagen de la Virgen de Guadalupe, estaba intacta, no la había movido de lugar desde el día en que la dispuso allí, porque fue un regalo de su madre al cumplir los dieciséis. Hoy es 11 de febrero, son exactamente las diez y cincuenta de la mañana, me desperté sobresaltado por una pesadilla, corro a la recámara en donde Úrsula reposa, giro la perilla de la puerta y ella cede libremente., como si ella deseara que yo la encuentre. Allí está su cuerpo, tendido sobre la cama cubierta sólo la parte media, se observa límpida sus pies del color de ébano y su larga cabellera, bien acicalada, la toco y…Noooooooooooooooooooo. Úrsula, mi pequeña gacela, estaba fría, la animo, le grito y no me oye más, está muerta. Jamás había imaginado que ella deseara morir. Llamé a los médicos y forenses, porque debía saber si estaba viva o muerta, con mi desesperación ya no distinguía que eso fuese así, y a la llegada de aquellos solo certificaron su deceso. Preguntaron cómo fue, yo no supe contestar. El médico legista hizo lo suyo y las a otras autoridades practicaron el levantamiento del cadáver. ¿Acaso Úrsula se iría deseándolo, y sin antes dejar una nota? Yo continué hurgando entre sus pertenencias hasta el hartazgo y casi al final cuando mis ímpetus de seguir hurgando y hurgando hallé una pequeña jeringa con restos de un líquido amarillento que sé fue el causante de su partida. Una anotación “muerte súbita”. Aquella, la que seguramente no lo hallaron los forenses, igual que la nota, porque no hurgaron como yo, a pesar de que sólo estaban dentro de un libro antiguo de número telefónicos; y con ella una nota visiblemente acicalada y perfumada, en la que literalmente expresaba su último deseo: “George: no sabes cuanto me entristece partir sin ti, pero no hay otra solución, lo mío era ya insostenible…tú sabes que te amé, pero ya no puedo continuar luchando con este monstruo que como una enorme ola me arrastra, y llega a convertirme en polvo y solo polvo, ese algo que cercena mi alma y me duele tanto hasta el sopor y solo sopor de que mis días no son más bellos. Tú sabes también que amé a Sigmund Freud, antes de ti y desde el primer día que supe de su existencia, y aunque prefiriera casarse con otra mujer, no he hecho sino pensar en él, todos y cada uno de mis días con sus noches, minutos y segundos…Si algo hay que hacer es precisamente simular que nunca nos conocimos y que jamás nos casamos. No quiero herirte, por eso te pido mil perdones. No sé si me lo concederás…Mi vida sitiada de rotos espejos y mis venas surcando con sus ríos, caminos a ella, la que ni el averno la quiere ya. He deseado que sepas que escribí un poemario en La Habana, que titulé “Máscara tras un espejo” y es mi deseo es que la publiques en alguna revista de esas que tú conoces y precisamente –expongo- debes ir acompañado de un epígrafe… A: J. Martí por sus días y sus noches en aras de la libertad de su pueblo…También te pido que, no llores mi ausencia, porque sé que solo un tiempo dejarás de verme.” Cuando el roble crezca, sabrás que yo habré vuelto a la vida…” Yo añadí a aquello, lo que concebí que fuera justo; dedicar uno a Sigmund.

MÁSCARA TRAS UN ESPEJO,
A: José Martí por sus días y
sus noches en aras de la
libertad de su pueblo.

A: Sigmund Freud por sus
blancos Heraldos.

Calzadas en rumbo
voces en umbrales
una bandera agitada
y el eco de tu voz se oye
en América y el mundo
no hay juicio mayor
el camino se abrió
al cantar de una melodía en árbol
el calor es suma errática
nunca he visto tanta rabia junta
tanta que no sé de mi más nada
a veces se ven los ojos de mis cenizas al viento- pincel
a veces no hay más dado que rodar
mi piel canta a tu son y es sonrisa melliza
que pellizca mi llanto en su liar eternizado
eco de la leche en sal y bandeja
no hay coral que resuma pendones
sólo un giro al norte que veo a lo lejos.

Abismos en luto, soñar en ciernes
Porque la vida tarda en traerme
los pasos últimos de mis pies andados.
soy escotilla a hombros
palabras al viento
rojas esperanzas
un canto en libertad
que susurra a mis oídos.

Es hora nona
en luto de abismos
en ciernes mil soñares
la vida tarda en llevarse
mis últimos pies desandados
y en Cienfuegos
se ven en pinceles ocres en maromas
cuando mi piel canta en su ventana un son cubano.

Ese es un cantar de melodías de un árbol
al calor del fuego en suma ciempiés
nunca he visto tanta rabia junta
tanta que no sé de mi, más nada


La Habana, 17 de febrero de 2008


Y bien, amado George hoy sabes que no he dejado de pensar en ti ni un solo instante.

Úrsula Margarita


Esta nota al igual que sus poemas y escritos permanecían revueltos en mi memoria. ¿Yo era su marido?, y precisamente no soy George…La habitación muestra sobre la mesita de centro, un bello jarrón cuyas orquídeas amarillas, pretenden sonreírle a sol, a pesar que aquél no se asomará más. Yo sé que ellas esperan ansiosas, como Úrsula Margarita al escribir esta nota y no precisamente a mí, que fui su adorador, el que caminaba en sus sandalias, el que sabía de sus sinsabores y abatimientos, cuando al llegar a casa después de su larga faena de artista, me dijera que hubiese preferido ser un varón para no sufrir los embates de la vida. Aquélla que se había olvidado de dejarle una alforja repleta de panes. Con la que ella debía saciar su hambre. Estaba seguro que su vida era bella. ¿Lo sabría?... Ser una afamada artista plástica y escritora, que tiene a casi todo el mundo a sus pies y entonces ¿por qué se enamoraba de Sigmund Freud, si aquel hacía más de un siglo que no estaba aquí? ¿Acaso no podría hacerlo de un común mortal de su época? Y allí en medio de ese laberinto estaba yo, junto a viejas prendas de vestir que cuelgan del ropero, cuya puerta igual que su alma estaba abierta para ser usada, como las hojas blancas de un cuaderno, las que seguramente serían testigos de su adiós, me partía el alma saberlo. ¿Qué puedo hacer ahora que ella no es más mi pequeño Zahorí?

Organicé el sepelio, unos pocos amigos vinieron, casi todos se habían ido de vacaciones -y es que febrero es mes de viajes y…- sin embargo, Marlitt estaría para decirle que ella sería por recordada siempre como “la pintora, poetisa y escritora de los pies ligeros y polvos del viento”.

(c)Gloria Dávila Espinoza
Perú - Alemania

imagen: Eduardo Moscoso (artista ecuatoriano)

Comentarios

Norma ha dicho que…
Es un gusto leer a Gloria en el sitio de Araceli. Me permite ver la continuidad de un trabajo serio y comprometido con la difusión de los quehaceres artísticos latinoamericanos. Agradezco por igual a la creatividad excepcional de mi amiga peruana y a la publicación generosa de mi amiga y compatriota. Las abrazo a ambas, Norma
Brisa azul ha dicho que…
Excelente !!
Sara ha dicho que…
Bonito cuento, Gloria: intenso y lleno de detalles interesantes. Felicitaciones!
Sara ha dicho que…
Bonito texto, Gloria: intenso y lleno de detalles interesantes. Felicitaciones!
Anónimo ha dicho que…
Não excluindo a sua beleza narrativa, e o triangulo amoroso, o que está aqui em causa é o grande tema do amor, quem ama é diferente de quem não ama, pois o amor é um estado metafísico onde duas pess
onde duas pessoas vivem, e que não tem obrigatoriamente que ser real, pois poderíamos aqui também discutir a fantasia do amor, o amor não correspondido, que para muitos autores é tratado como o desamor, mas que para muitas pessoas, esse desamor do ponto de vista psíquico, é fonte de alimento mesmo sem correspondência. Em suma, é o caso do narrador que ama sem ser amado, e Úrsula uma mulher morta -
- viva, pois quem ama é ser, e mundo em transformação, visão alterada mundo outro, morte exterior que o amor implica na psique humana. Todavia, não podemos descurar que a narrativa da glória é-nos presenteada com um alto nível poético- descritivo, como se não fosse ela uma poetisa de eleição.


Manuel Feliciano
Anónimo ha dicho que…
Amiga Glória, li o seu texto, mais uma vez puramente surrealista, percebi que as fotografias são memória viva e o tempo é um é um elemento não concreto mas abstracto, e que o amor é puramente da índole do inconsciente, visto que não é racional, assim como o tempo, mas no conto, ainda nos damos conta de outra coisa, visto que é o mito do amor que está em jogo, pois ele sobrevive mesmo à morte, se é
se é que ele já não é uma espécie de morte terrena, tendo em conta que o amor é um ciclo fechado e não espaço aberto, conseguinte, se é um espaço aberto, já não é amor, mas sim uma outra coisa.




Não excluindo a sua beleza narrativa, e o triangulo amoroso, o que está aqui em causa é o grande tema do amor, quem ama é diferente de quem não ama, pois o amor é um estado metafísico onde duas pess
onde duas pessoas vivem, e que não tem obrigatoriamente que ser real, pois poderíamos aqui também discutir a fantasia do amor, o amor não correspondido, que para muitos autores é tratado como o desamor, mas que para muitas pessoas, esse desamor do ponto de vista psíquico, é fonte de alimento mesmo sem correspondência. Em suma, é o caso do narrador que ama sem ser amado, e Úrsula uma mulher morta -
- viva, pois quem ama é ser, e mundo em transformação, visão alterada mundo outro, morte exterior que o amor implica na psique humana. Todavia, não podemos descurar que a narrativa da glória é-nos presenteada com um alto nível poético- descritivo, como se não fosse ela uma poetisa de eleição.

Entradas populares de este blog

Lamento por Manuel Araya* - Reinaldo Edmundo Marchant

Aurora - Araceli Otamendi

Carlos Mario Mejía Suárez* - Adán y Acelia