Nora Tamagno



Desentrañándome



No soy intrépida ni aventurera, aunque suelo volar e incursionar por el espacio como un genuino recurso de mi mente. Tal vez es una contradicción ese doble sentimiento de evadirme por el cosmos y a la vez, saberme contenida en un sitio invulnerable y conocido. Necesito de certezas más que de incertidumbres, aunque las certezas sean ficciones. Me espanta la inmensidad, el mar abierto, prefiero naufragar en tierra firme, anclar en puertos seguros, recluirme en una torre o estar a salvo en mi propia habitación.

Necesito proyectar, aunque el futuro sea incógnito, pero de todos modos, quiero imaginarlo tal como lo ansío. Me resisto a que me confisquen la ilusión y la alegría. Necesito saber adónde voy, aunque desconozca el camino, porque es fácil perder el Norte a la vera de los sueños.

Me gusta irme, pero saber que regreso, porque amo a mi ciudad, aún vacía de gente, silenciosa y apagada. Amo mi ciudad porque es mi historia y no concibo vivir en otra parte. Me gustan los suburbios, las calles de tierra, las estaciones de trenes más que los aeropuertos. Atesoro mis referentes, los perfumes del pasado, las pequeñas historias, las fotos antiguas. Necesito aferrarme a los recuerdos de la infancia y a los otros, a las melodías que evocan situaciones, a las canciones de cuna con que mecí a mis hijos, a los amigos de antes y a los que he ido sumando en el recorrido de mi vida, y sobre todo, necesito aferrarme a una mano. Sí, sobre todo eso, necesito una mano que me sostenga, pero no me sujete, besos que me cubran la boca, pero que no me callen, me gusta cerrar los ojos para ver lo que sólo yo puedo ver hacia adentro, me gusta la memoria de lo bueno. Me contentan los secretos chiquitos y los amores enormes. Necesito que me quieran más que sentirme comprendida. No soy un enigma para que me descifren, quiero ser como soy sin que nadie me conceda entidad.

Necesito del contacto con la piel, compartir el sueño y las sábanas, contar con alguien aunque pueda sobrevivir sola. Amo sentirme protegida, porque la verdad, es que le temo a tantas cosas, más a lo que imagino que a lo que en realidad me amenaza. Aborrezco la violencia, la cobardía, la arrogancia. Me espanta el dolor que no puedo mitigar y del que yo pueda sentirme responsable.

Me gusta la noche, pero no la colectiva y tumultuosa, sino la íntima y recoleta; en verano, con los grillos y las ranas, el perfume de las flores, y la disfruto también en invierno, arropada en mi refugio, con estufa y bolsa de agua caliente, libros y pijama.

Necesito del amor, querer y sentirme querida, me gusta estar sola, pero no sentirme sola, necesito saber que alguien vuelve, a cualquier hora, pero que en algún momento, regresará a mi lado. Necesito de la nostalgia y de la alegría, necesito llorar cuando sufro y reírme cuando estoy feliz, pero jamás ser indiferente.

Necesito del amor tranquilo, que me de sosiego. Me desgastan las explicaciones, me humillan las desconfianzas.

Me gusta viajar, pero me reconforta volver a mi cama y a mi almohada, a mi geografía doméstica, a mi cocina, a mis costumbres, al café con leche de cada mañana.

Agradezco las palabras que alientan, admiro a los que a fuerza de tesón, desbaratan las derrotas, a los que viven de quimeras, a los soñadores, a los esperanzados.

Me gustan los sitios tibios, los pechos generosos que cobijan, la gente franca, las palabras que aquietan. Me gustan las curvas más que las aristas, las concavidades, las redondeces, lo que puede adaptarse a la forma próxima, a lo que suma y no a lo que resta. Me gustan los recodos, los regazos, las tibiezas, lo entrañable, lo añorable, los crepúsculos, las confidencias y las coincidencias, lo predecible y lo impredecible que me depare gratas sorpresas. Me gustan los susurros y no las estridencias, los besos en la comisura de los labios, las caricias en la palma de la mano. Me ufano de la libertad, de no negociar, de negarme a las intrusas presencias que contaminan. Quiero ser auténtica, cabal, honesta, permanecer fiel a mis principios y no una impostora, no quiero sucumbir a tentaciones, quiero ser lo que soy y no lo que tengo. Me gusta dar más que recibir, me gusta acariciar, amparar, proteger, cocinar no para comer, sino para compartir, que compartir es partir el pan, y yo quiero vivir con alegría y con paz y pan de vida.

(c) Nora Tamagno

Rosario - Argentina

imagen: s/t Martín di Girolamo, Sola 3, muestra en la Fundación Proa, De rosas, capullos y otras fábulas

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