José Manuel Sanrodri


La silueta a través de la ventana

El tiempo se había detenido y sólo los grillos se dedicaban a canturrear los minutos de un silencio interrumpido por una voz que inquietó la tranquilidad de mi lectura de medianoche. En un primer momento pensé que podría ser una voz de uno de los lugareños a los que les cuesta susurrar por la noche para no despertar a los seres diurnos que aprovechan la caída del día para poder descansar sus cuerpos. De nuevo la voz cavernosa deshizo mis pensamientos abstractos, y desde a ventana se podía escuchar un jadeo fuerte que hizo que apagase de inmediato la luz del flexo, y reflejada por la tenue luz de la luna se apreciaba una silueta de enormes dimensiones, aquella sombra en mitad de la noche volvió a pronunciar una frase inteligible, terrorífica… como si aquella voz estuviese en el fondo de un pozo. Me acurruqué entre el edredón que había estado cubriendo mis piernas, el frío se había introducido en mis huesos, casi podía tocar aquella forma irreconocible que sólo nos separaba a ambos el fino cristal de la ventana. El miedo había petrificado al iris de mis ojos, cuando sin parpadear pude ver al otro lado de la ventana como aquel ser iba cambiando su anatomía humana en en lo más parecido a un lobo, el vahó de su boca empañó el cristal con una espesa niebla circular, por un momento pensé que rompería el cristal y entraría dentro para devorarme y yo, indefenso no tendría con que defenderme, un aullido espeluznante de aquella silueta en forma de lobo me hizo envolverme por completo en mi edredón y cerré con fuerza los ojos pensando que si iba a morir al menos no quería ver la ejecución en manos de aquel animal metamórfico. El canto del gallo en la madrugada me despertó con el sobresalto de que sin darme cuenta, me había dormido. Inspeccioné todo mi cuerpo por si me faltaba algún pedazo, y así pude comprobar que ni tan siquiera habían gotas de sangre esparcidas alrededor de mi habitación. Me asomé a la ventana para ver si aquel ser que inquietó mi noche seguía fuera, y sólo se veía una sábana de niebla dispersarse lentamente por el horizonte hasta perderse por las montañas. Corrí hasta el armario y metí toda la ropa sin doblar en la maleta lo más rápido que pude, sin darme una duche me vestí y sin desayunar fui a buscar al dueño de la posada, le conté lo que me había sucedido la noche anterior y él no le dio importancia a la historia que yo le estaba contando, como si hubiera sido fruto de un mal sueño o mi propia imaginación, tal vez tenía razón pero cuando pasé por delante de la ventana había el contorno de lo que podría ser la huella de un enorme animal, quizás del lobo que precisamente vi esa noche. Un lugareño que había escuchado mi historia se acercó a mi y me dijo: “Eso ha sido un ojáncano” y sin mediar más palabras conmigo se desvaneció en una distracción mía por querer saber que era ese ser que había perturbado mi noche y que los lugareños sabían de que o quien se trataba.

(c) José Manuel Sanrodri

España

imagen: Alfredo Volpi (Gran fachada con ventana azul, de la muestra en el Malba)

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