Guillermo Bravo




El Avión Mágico

Había cometido muchos errores; algunos pequeños, insignificantes, de los que se mezclan con la vida sin cambiar su curso y otros enormes, del tamaño de un avión. Estaba bastante deprimida, aunque no era su carácter. Cuando estaba así era sólo por unos segundos, como si un rayo de piedra la vaciara y partiera, en realidad era una renovación. Miraba la caja amarilla de cereales y pensaba en un pollo. Todo se le mezclaba, debía ser una falla en su personalidad, todo se le confundía. A veces temía haberse confundido de identidad y ocupar el lugar de otra.
La luz de la mañana era polvorienta, arenosa, de un color crema y rosado, aún no eran las seis. Su hermano acababa de levantarse.
La mañana parecía adelgazar, convertirse en una placa que ella podría lamer ; fue entonces cuando encontró el avión sobre la mesada de la cocina. Estaba tomando el desayuno tranquila...No sé porqué pensó en un avión, era un pequeño reptil con dos alas y un pelaje brillante, de un tono verdoso del azul. Cada ojo parecía un botón, dos medallones sin vida, como si la mirada se les hubiera caído. Las capas de colores se acumulaban en la cara formando una sombra, las patas, por el contrario, eran casi transparentes.
Cuando su hermano entró, ella supo que podía matarlo con sólo hacer un gesto al avión. La cabeza del hermano partió y se acomodó adentro del horno, que se abrió y cerró automáticamente. Daniela miró un jarrón que estaba pleno de flores, sacó unas cuantas y las colocó en el cuello vacío.
¡Extraordinario! -se dijo- Dio un sorbo de té, mirando al sapo alado y pastoso que había dado un paso torcido hacia ella. Era un bicho jorobado y su pelaje tenía algo de la mugre de las telas de araña, parecía un poco de basura.
Salió a la calle y se dirigió a las oficinas donde trabajaba. Abrió la gran puerta vidriada con sólo acariciar el avión, luego lo pensó mejor y la arrancó, colocándola en el aire.
Fue directo a la oficina de su jefe, que la saludó sin levantar los ojos de la pantalla, y los ojos se le comenzaron a inflar. El hombre alzó la cabeza y se tomó las mejillas con las dos manos, los ojos siguieron creciendo, puntudamente. Las pupilas se dilataban y se le salieron de los ojos, cubriéndole la cara, el cuello y las manos. ¿Qué vería este hombre con la vista así atrofiada?
Acarició al avión y la lámpara rodeó el cuello de su jefe y comenzó a apretar. Una lapicera se alzó y se clavó en el pecho. Los empleados se acercaban y ella los iba transformado en vistosos armarios. Vestidos de traje, sosteniendo en un cajón una taza de café.
Pensó que ese edificio-completo- podría ser su casa. Hizo desaparecer todos los pisos, las escaleras, sus compañeros-armarios, el cadáver de su jefe, los otros habitantes del inmueble...Instaló una piscina en el aire, se trataba en realidad de una masa de agua que flotaba a la altura del piso doce, protegida por los muros exteriores del edificio. Se desnudó -tirando su ropa por la ventana- y se metió a la pileta.
Lo mejor de la piscina era que se desplazaba con ella, a medida que iba nadando, hacia arriba, hacia abajo...Pero justamente por esa razón no podía salir...No importaba, no tenía más que pedirle al avión mágico...¿Pero dónde estaba? En el bolso, que había arrojado por la ventana...La asfixia era como una aplanadora contra su rostro...Veía el límite del agua tan cerca...Pero cuando trataba de alcanzarlo, partía, unos centímetros más allá.
Cuando murió, el agua se secó en unos minutos, y de los muros exteriores comenzaron a salir los pisos, y las escaleras, y volvió la puerta de entrada que hasta ese momento flotaba en una nube, y volvió el jefe, y la lapicera salió de su pecho y se posó sobre el escritorio, al lado de unas hojas, la herida se cerró y la camisa se cosió. Volvieron los compañeros y sus cajones y repisas se transformaron en rostros y brazos.
La cabeza de su hermano salió del horno y se acomodó en la garganta, las flores salieron por la boca y entraron al jarrón...La única que no pudo revertir los efectos del avión fue Daniela. Encontraron su cadáver desnudo e hinchado en un banco de la plaza.

(c) Guillermo Bravo


Guillermo Bravo, escritor y editor argentino residente en París. Es director de la revista cultural alba y cofundador de la editorial La Guepe Cartoniere.

imagen: Gego, Sin título, 1980-82 (de la muestra en el Malba)

Comentarios

ZENIUS ha dicho que…
Interesante forma y contenido.
Anónimo ha dicho que…
Querida Araceli: Comparto la opinión de Zenius. No podía tener otro final. Excelente.

Un abrazo,

Sarita Vigna
Araceli Otamendi ha dicho que…
Gracias por los comentarios!
Araceli
Silvia Plager ha dicho que…
Gracias Araceli, me encantó leer este último número de la revista. Y celebro poder decírtelo en vísperas de las Pascuas.
Silvia Plager
Araceli Otamendi ha dicho que…
Muchas gracias! Silvia, por el comentario.

un abrazo.

Araceli

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