Araceli Otamendi

                            Alfredo Volpi, Hombre con paraguas en el paisaje
(de la muestra en el Malba)



La lluvia

Llueve a cántaros y es de noche. Marisa ha entrado a su cuarto y ha cerrado la puerta con llave. Recién se ha despedido de Tomás con un portazo. Ella le ha cerrado la puerta del auto, un pequeñísimo auto y le ha dicho: - Andáte, no te quiero ver más. Y él se ha ido. Enojado, confundido. El auto se ha alejado en la noche oscura, muy oscura. Oscura como  los pensamientos de Marisa…
Y ahora ella  llora, llora y llora. Lloraba desconsoladamente. Marisa llora y las lágrimas caen negras de rimmel sobre los papeles de la mesa donde estudia. La cortina de lluvia le impide ver la calle. Intenta reconstruir las últimas palabras de la discusión con Tomás. ¿Por qué habían peleado? ¿quién había iniciado la discusión? Sólo sabía que Tomás se había puesto inflexible: no iba a ceder. ¿Por qué tendría que ceder él o ella?  ¿por qué siempre tendría que ceder alguno de los dos? Las hojas de los árboles se agitan y se confunden con las sombras proyectadas por la luz de la calle. Los pensamientos se confunden. Marisa piensa en Tomás: ¿por qué debería ceder ella y no él?
Y nuevamente: ¿por qué habían discutido? ¿por qué se había iniciado todo? Ella tenía la respuesta y la respuesta eran los demás. Los de afuera, los que miraban desde  afuera el amor. ¿O debería decir desde fuera? Porque no lo comprendían o ya lo habían olvidado…
Ella piensa que ese llanto que viene de tan adentro la está agotando, que no puede más, que no tiene arreglo. Y ahora tiene hipo y ganas de seguir llorando, llorando, como la lluvia que no cesa. ¡Qué noche horrible! Y en eso escucha un sonido metálico, y ve la llave moviéndose en la cerradura, y piensa que lo está imaginando. ¿O tal vez lo recordaba? Recordar el árbol de café junto a la ventana, los gatos, los maullidos nocturnos, las rabietas y esa misma llave girando… el mismo sonido del metal cae sobre el piso… el metal en las baldosas, las siluetas de las hojas del árbol moviéndose y la misma lluvia empapando todo… el amor ¿el amor? y también la ruptura, la pelea, el odio, por momentos es odio… y él se fue ¿se fue? ¿será tan débil ese amor que no soporta una pelea, una discusión? Y la llave está en el piso, otra vez, en el piso, no ha podido abrir la puerta ¿pero quién?
Ni siquiera las páginas del diario que escribe hace años  la ayudan. Ni siquiera eso, pensaba. Escribir puede ser un consuelo, pero ahora no, en este encierro, en esta noche oscura, no. Y entonces, algo le dice que levante la llave del piso y abra la puerta y lo hace. Y ahí está él. Mirando desde el living. Espera, como siempre una palabra de ella.

-          Nos peleamos, le dije que se vaya.

-          ¿Y por qué llorás?

-          Por eso, porque le dije que se vaya…dice entre sollozos.

-          ¿Estás triste, no es cierto?

-          Sí.

-          Acordáte, acordáte si lo quisiste alguna vez…

-          No puedo

-          Si alguna vez lo quisiste, acordate de por qué lo querías…

-          Sí …

Marisa no tiene palabras para contestar nada más. Va a seguir llorando durante un largo rato. Va a seguir llorando hasta que amanezca, después de escribir en el diario aquello que alguna vez sintió, ¿que aún siente?  asida de ese recuerdo, hasta que cese  la lluvia.


 (c) Araceli Otamendi

Comentarios

Analía Pascaner ha dicho que…
Querida Araceli:
Me dio mucho gusto leer esta historia.
A veces la cantidad de recuerdos o dolores acumulados, o simplemente la rutina, nos llevan a ni recordar porqué se dan ciertas situaciones de determinada manera, verdad?
Gracias por compartir este relato.
Mi abrazo
Analía
Araceli Otamendi ha dicho que…
¡Gracias! Analía, un abrazo.

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