Héctor Cediel Guzmán

(c) Eduardo Serna



La Primavera siempre regresa


Deseo con mimos comerme con los ojos tu piel. Galantearte con la mirada, hasta ruborizar tu pureza. Desnudarte con la mirada y animarte a volar libre. Sé que te has imaginado: Pez, ave o amante. No son zalameras mis caricias, ni falso el roce de mis besos. Quiero pasear las calles contigo; hacer el oso mientras te seduzco y te haces flor entre mis manos. Embriagarme de rojo y aroma, hasta deshojarte con gentileza, gracias al halago roncero del enamorado alunado, por el fuego irreverente de los besos de tu cuerpo. Anhelo que sean benévolos tus pecados conmigo. Me has apegado con tu manera de amar; tu sexo es la querencia donde se refugia mi tristeza; y es ese mar de soledad, donde el desamor me ahoga con su antipatía. Desliza con ternura tu benévola mano, por las paredes tibias de la entrepierna. Apiádate por misericordia de mi corazón vagabundo. Necesito deliberar con el viento, si debo echar raíces contigo; aferrarme con todas mis fuerzas, a la blanquísima piel de tu amor y a la increíble hermosura de la negra floresta, que endiabla a mis buenas intenciones.

Existe un mar de sensaciones, encavernadas dentro de tus labios. Allí, la palabra amor resuena profunda, como si el fuego te taladrara; o como si una saeta encendida, tuviera por voluntad del destino, el incinerar los malos recuerdos aserrados de nuestra historia. Sobre tus labios, lucen hermosas las palabras soeces, cuando brotan escapadas del éxtasis desenfrenado; de las imágenes color fuego carmín, que de no estar enamorada, ¡jamás te hubieras atrevido a interpretarlas!, para satisfacer mis ansiedades.

Será el amor la mano demoníaca, que nos conduce al carnaval de los placeres, donde lo carnal nos despoja de la cordura y nos permite hablar de ilusiones, ¿sin preguntar ni interesarse de la edad de los amantes?. Te extraño, cada vez que anochece, o cuando amanece y no te descubro, siquiera como paisaje; por eso, le canto al viento, sin importarme que se escuche mi llanto; pero, ¡es que me hace tanto daño, cuando tengo tu cuerpo y no siento la pasión de tu alma!.

Infecundas el canto y yermas la belleza de la vida, el camino infértil y las estériles caricias. La timidez de tu voz, me privó de lo más hermoso: la sensual voluptuosidad de las libidinosas palabras, como un inolvidable baño de amor lascivo.

Para qué la vida, el paisaje y el tiempo, si no enmarañamos nuestras almas con nuestros cuerpos cuando se arden; así como los vellos y nuestros cabellos, después de una lujuriosa enlunada de amor. ¡Para qué una vida límpida y un amor higiénico!. Para qué ensoñar una ilusión, cuando es imposible contradecir la voluntad del destino y de la carne, cuando se nos hace la boca agua y seríamos capaces de comernos hasta los codos.

Tu sombra fué la atalaya de mis sueños, de mis pasos; hasta que me hastié de azotar los senderos de la vida y de endosarle a la tristeza, los macilentos vientos mortecinos. Me ahité de versos, de vivencias, de paisajes. Me indigesté con pieles marchitas y amores desflorados…y no pude olvidarte…y no pude olvidarte…y no pude olvidarte, con otros besos, con otros cuerpos, en otros horizontes; Tu fantasma siempre me acosó…hasta que apareciste aquel día como la aparición de un espectro; le cerraste las posibilidades de escape a mi alma, hacia cualquier querencia; me sentí dominado, rendido y esclavizado de nuevo a los recuerdos de nuestro pasado. Quizás mis mudas plegarias, hicieron sonoro su silencio; y espantaron lo fatídico, de la pavesa de mi insignificante sino.

¡Oh, Amor mío! Amor mío. Dulce dolor que me domina. Vamos a ver el mar, o un atardecer en el llano. No importa si en tú corazón, solo hay cenizas. Dejemos que el aroma de los versos, hable por nuestros silencios.

¡No más noches negras! ¡No más venas rotas, ni heridas en el corazón! ¡No más amaneceres, bebiendo con los demonios! ¡Silencio! Cierra los ojos…escucha al amor descalzo...siente sus pisadas, su mirada, su aliento…Es tenue la luz ¡pero hay esperanza!, como el Sol, cuando brota imponente del mar como un astro de centellas rojas. El amor siempre será un milagroso ensueño, cuando emerge de la soledad como un ánima florecida y nos besa el alma con ternura.

No perdamos tiempo, rememorando el fuego; sería necio llorar por lo que pudo ser. El destino es un verso en el poemario de la vida. Sintamos el aroma de los azahares y las rosas; al silencio de nuestros labios, borrando nuestras culpas. Fulge tu alma como una estrella, cuando titila de soledad. Palpita mi melancolía, tristeza con la canción de tu vida. Contemplemos como el mar seduce con sus encantos y embelesa, cuando se le desnuda a la luna, sin mediar palabras ni miradas maliciosas; con la sola música de los arpegios de las olas y del viento: ¡Se aman!; como dos adolescentes descubriendo al amor, después de una alunada de sentimientos.

Amémonos amor mío, ensoñando solo el amor; bajo la sombra del palmar y la vida, con la virginal magia del fuego, de los amores tardíos. Canciones tristes. Absurdas historias. Amores en contravía, intentando enmendar sus destinos…Amores que se van alejando en el ocaso, con sus almas de piedra heridas; o como las ilusiones cuando se embarcan sin tiquete de regreso, en absurdas y caprichosas aventuras que nos dejarán marcados para siempre.

Mi respiración pulsa versos tristes en la guitarra, como si bailara en el pasado contigo: boleros, tangos y jazz. Las cenizas son la esperanza de nuestro sentimiento. La felicidad se eriza, cuando escucha tu nombre. Solo nuestro amor conoció la sevicia y el engaño de la derrota, ¡pero nunca dejó de luchar contra el olvido!. ¡Solo tus recuerdos –que son lo único que me queda- me sostienen aferrado a la vida!.

Te amo, mi añorada primavera. Caminemos, antes que todo se borre en el olvido.

TU PERRO VAGABUNDO.


(c) Héctor Cediel Guzmán

Bogotá - Colombia

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡¡¡Me ha gustado!!!

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