María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena














Ranitas Humanas

Correteaban por el piso desmayado de mayólicas olvidadas…Eran “ranitas humanas” en un día de lluvia pertinaz que las impulsaba a jugar dándole algo de brillo a ese momento —especialmente gris de sus vidas-
¡Juancito echó el barco en el charco! Y mientras sus piernitas se mojaban y el papel se empapaba haciendo que la nave perdiera equilibrio, el niño…preguntó por su papá: “Un largo tiempo de cárceles” que hoy lo miraba desde la ventanilla enrejada de un móvil policial, en el que se trasladaba a todo “reo peligroso. Juancito lo buscaba desde sus 4 años, con una mirada vacía de ilusiones, pero reclamándolo a viva voz. María…Su hermana y “madrecita” también había venido, con sus apenas cinco años lo cuidaba, pero de a ratos se zambullía en la aventura de ese juego que le proponía la lluvia… En tanto…Los empleados de aquel juzgado procuraban mantenerlos alejados de la cruda realidad no dejándolos entrar en la “Sala de Audiencias”…¡Como si un “no” fuera importante en esa coyuntura de ausencias…Sordo dolor que no puede traducirse en palabras inmediatas y oportunas. Prohibiciones que borran la ternura instalando una ilógica autoridad, mientras la vida pasa entre hojarascas de indiferenciaprogramada.
¡Cuidado Juancito! Tus pocos años no entienden de viejas y derruídas casonas estatales…¿Sabes? En sus historias se fue instalando un tiempo de descuido, como si el revoque carcomido de sus paredes hubiera querido emular la vaciedad de espíritu…
¡Cuidado Juancito! ¡Vas a cortarte! Esa puerta de añosa madera que divide la galería de la sala principal, es pesada, y tiene vidrios rotos…Transparencia de un presupuesto calculado sin interés legítimo…“¡No me hagas enojar Juancito!” …-expresé- sacando a relucir mi cara más seria, hasta que lo escuché…”¡Quiero ir con mi papá!” —me dijo- mientras los mocos le resbalaban por su boca pequeña, enredándose en sus lágrimas insistentes y caprichosas… María, su hermana “madrecita” lo rescató…“Haceme un juego” —pidió chantajeándome- “Haceme un juego y lo llevo”.
Imprevistamente me sorprendí interrumpìendo mis tareas más urgentes y comenzando a cortar cartoncitos de todos colores, para sellar luego -con letras y números muy grandes cada uno-…Prontamente la magia del momento transformó ese material en un buen mazo de cartas que —una a una- esparcidas sobre el sucio piso ganaban más espacio provocando la pelea de los niños por su posesión. Así pude calmarlos un rato…Y volví a mi tarea.
¡De pronto…Tocaron a la puerta de mi oficina! Era un Juancito en el que se confundían los rotos calzoncillos con el deshilachado short…Tenía un trozo de pan quitado al paso en la mano y apretaba fuertemente los cartoncitos de colores en sus manitas. María, la hermana-madrecita lo había dejado solo porque se fue a hacer pis, y él también quería “mear”…Suspendí entonces nuevamente mi tarea para guiarlo hasta el herrumbroso hinodoro de aquél baño destinado al público y dándome vuelta me dispuse a esperarlo, ya que el baño quedaba muy distante, y llovía…
Después de un largo rato de espera, me decidí a “espiar” por uno de los agujeros de la puerta de aquel baño, y vi que Juancito no estaba en él… ¡Escuché entonces una carcajada chiquita! Juancito me sonreía desde un rincón de la galería. Sonreía y gozaba. Gozaba porque pudo “más que yo” y porque “me jodió”- según lo dijo-. Eso terminó por cautivarme…
Repentinamente en la “Sala de Audiencias” hubo gran movimiento…Estaba finalizando el debate y por las ventanillas rotas de la añosa puerta de vidrio y madera que dividía la galería de esa sala principal, se podía observar que el papá de Juancito era regresado al móvil del Servicio Penitenciario Federal. Con manos esposadas y sin mirar atrás se iba la ilusión de Juancito y de María: Ellos habían venido con su abuela para verlo…Hacía 9 largos meses que no tenían contacto… Su mamá “meretriz” tampoco estaba…
¡Se me ocurrió entonces que un buen café con leche podría hacer que Juancito, el más pequeño, no fijara ese momento! Y me puse a calentar el agua mientras que -con el papel arrugado de un oficio vencido- iba formando nuevos barquitos de papel. Con panza llena, Juancito jugaría divertido…
La abuela, que había despedido a su hijo desde tres metros de distancia con el hondo sentir de un vientre desgajado, volvió junto a los niños… Su rostro ya no tenía expresión lastimosa. Su gesto era determinado: “Debía seguir adelante”…María, la niña madrecita, sentadita en un rincón, dormía una siesta adelantada por el hambre…
¡Estadística de gastos! Planillas impresas donde cada supuesta necesidad tiene un número y un casillero que debe ser llenado y rendido el último día hábil de cada mes…¿En qué planilla de gastos cabe la necesidad de amor? ¿En cuántos casilleros podré colocar la deuda de una sonrisa o la promesa de una niñez sostenida desde el Estado, en educación y salud? ¿Cómo puedo sumar y restar las desilusiones haciendo cálculos matemáticos, y cómo explicarle a estas ranitas humanas que la historia oficial se repite, que los temas se agregan, que la gente se olvida...
“Ñande Gente” no entiende…No puede entender, hasta que le enseñemos como hacerlo…
Las “ranitas humanas” dueñas de un quejido lastimero y constante, a veces sonrisa y a veces llanto, piden por juguetes, por dos padres y un techo y en tanto… Huelen a vacío, al frío y al hambre de los días y las noches contadas desde el piso de tierra de un rancho compartido; desde las frazaditas agujereadas que tapan sus sueños, alternados con vigilias de liendres permanentes…SON RANITAS HUMANAS QUE ME DUELEN.
Cuando el timbre indicó el fin de jornada, tenía la sonrisa de Juancito instalada en el alma… Y supe que ese día “Juancito me jodió”.






(c) María Alicia del Rosario Gómez de Balbuena






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