Araceli Otamendi

















































La babysitter


Eduardo y yo pronto vamos a cumplir quince años juntos. Cinco años de novios, cinco de casados sin hijos, casi como novios y cinco años de casados con dos hijos. No me puedo quejar. Eduardo es comprensivo y me ayuda con los chicos. Vivió el embarazo de los dos, como si él mismo hubiera estado embarazado, los mismos dolores, los mismos temores, los mismos sueños. Eduardo cumplía con mis antojos, me mimaba. Estuvo presente en el parto. Me cuidó como una madre, atendió los chicos y a mi. Ahora que ellos van al jardín de infantes, le propongo a Eduardo que quiero sentir que somos nuevamente novios, ir al cine solos, tomar un café, trasnochar un poco.
Y por eso he contratado a una babysitter. Es una mujer de unos sesenta y cinco años, me la recomendó una vecina, Alejandra. Ella también quizo hacer lo mismo que yo: salir sola con el marido, recuperar aunque sea por unas horas esa pareja que alguna vez existió. Nos conocimos con Alejandra en el curso de preparto, haciendo los ejercicios para tener a nuestros primeros hijos. El azar, o vaya a saber qué, hizo que nos encontráramos viviendo a dos pisos de distancia, en el mismo edificio. Nuestros hijos empezaron a jugar juntos y nosotras a compartir las tardes, a salir en auto lejos con todos los niños, los juguetes, y las ganas de compartir la amistad.
Un viernes a la noche, con todo preparado para salir con Eduardo, un vestido nuevo y corto,
el pelo impecable, los reflejos, abrí la puerta y apareció la babysitter. La hice pasar y le serví un café. Ella me dijo que lo quería con tostadas. Y también con mermelada dijo. La hora del cine se iba acercando y Eduardo se cambiaba para salir. Enseguida vinieron los niños a ver quién era. Se la presenté y ellos a ella. La miraron y no dijeron nada. Trajeron los juguetes a la cocina y ella me pidió un mazo de cartas. los entretendría así y también jugaría a los dados, dijo. Le recomendé cerrar las llaves del gas si se preparaba algo para comer o tomar. Y que cerrara bien la puerta y nos fuimos. A Eduardo no le gustaba mucho la idea de dejar a los chicos con ella y eso empañaba un poco la salida, pero nos encaminamos al cine y después iríamos a tomar algo. Me gustaba salir de noche con él, hablar durante horas después de ver un film, tomar un café, comentar la película. Y sin embargo ahora, éramos padres, y todo era distinto.



Ya en el cine, antes de ver el noticiero, me imaginé qué cosas podían estar haciendo los niños con la babysitter. ¿Los entretendría bien? Según Alejandra, que tenía dos hijos más que yo, podía confiar totalmente en ella. Podía salir segura a disfrutar un poco, saber que Eduardo y yo existíamos como pareja otra vez. Casi no me acuerdo de la película que vimos, pero sí de los cafés que tomamos en un bar, de que volvimos nuevamente a mirarnos, como cuando éramos novios. Pero Eduardo estaba cansado, lo notaba en su cara, en sus bostezos, le adivinaba las ganas de volver a casa y nos fuimos.
Apenas abrimos la puerta del departamento salió mi hijo mayor a darnos el parte: la babysitter estaba durmiendo en el living y ellos ya habían mirado tres videos de las películas que había alquilado. El más chico, todavía andaba por ahí arrastrando playmobils y un auto. El volumen de la televisión, a todo lo que da interrumpía el silencio del edificio. Ya eran más de las tres de la mañana, Eduardo se fue a dormir y yo preparé café mientras acostaba a los niños.
Con el café ya listo desperté a la babysitter. Ella se sorprendió de haberse dormido y de la hora que era. Como ella también escribía y le gustaba leer poemas, me recitó unos cuantos. Me senté en el living, en un sillón frente al sofá donde ella se había acomodado y la escuché. Después de tomar un café doble, me dijo que me iba a predecir el futuro y que también me diría el pasado. Abrí más los ojos y también me dispuse a escucharla atentamente. Le voy a decir de dónde viene usted y quién fue en sus vidas pasadas y también su marido, dijo.

- ¿Y de dónde vengo? - pregunté un poco asombrada.
- Usted viene de Rusia, de la corte imperial, usted era una princesa y ahora va a tener que pagar todo lo que vivió en esa corte.


Me dieron ganas de reírme a carcajadas, pero me contuve.

La miré extrañada pero no atiné a responder semejante desvarío. Arriesgué otra pregunta:

- ¿Y mi marido, de dónde viene?

- ¡Ah! él no es de este mundo - afirmó.

Ahí la babysitter empezó a preocuparme y le pedí que me dijera de una vez el dato:

- Él viene de otro planeta.

Pensé en Eduardo, si ya se había dormido. Rogué que ojalá no la hubiera escuchado. Le pagué a la babysitter las horas que había cuidado los chicos y me despedí de ella, acompañándola hasta la planta baja.






(c) Araceli Otamendi






imagen: fotografía intervenida

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