Cecilia Prada - Noches de años dorados*
Cecilia Prada |
Noches de años
dorados
Doménico
tenía rastas y olía mal.
Con
el cabello graso y tirante hacia los lados de la cabeza él trenzaba sus rastas
que ataba atrás. Ella nunca había visto un hombre con rastas. Empujó a su madre y comenzó a reír. Su madre dijo
que él era napolitano y que en su tierra
los hombres llevaban el pelo así. Y que
ella dejara de reír, porque era feo que una muchacha estuviera riendo en la iglesia.
Doménico
era uno de los hombres más importantes que iba a cantar la Novena de Navidad en el
Santuario del Corazón de Jesús. Todos hombres parecidos a su padre, medio
gordos, medio viejos, se saludaban levantando el sombrero en la puerta de la
iglesia. Algunos sólo hablaban en italiano, y fue así que ella aprendió que buona sera quería decir buenas noches y
no tenía nada que ver con la cera Parquetina que pasaban en el suelo.
Importantes,
separados de las mujeres como si no las conociesen, ellos avanzaban por la nave central de la iglesia, que en
aquellos días de años dorados estaba toda iluminada, y se dirigían a los asientos delanteros. Pero ella, la
única hija, la única niña iba con ellos los hombres importantes, iba de la mano
del padre.
Descubría
risitas en los ojos suspirantes de las señoras que estaban envueltas en sus
velos, de rodillas, con la cabeza baja mientras que el grupo de ganadores
caminaba con la cabeza erguida por la nave central de la iglesia, dirigiéndose
directamente a la divinidad, los hombres de la Cofradía del Santísimo
Sacramento.
El
mundo todo dividido como una torta. Mujeres para acá, hombres para allá. En tajadas
coloridas, las personas, el mundo. Las muchachas solteras eran Hijas de María,
usaban un vestido blanco de manga larga
y una cinta en forma de V con una medalla verde y cadena corta para las aspirantes, azul y cadena larga para las que habían sido aceptadas. Cuando la
bendición terminaba, ellas tiraban de la cinta, besaban la medalla y mantenían
la cinta doblada en una bolsa. Ella estaba celosa. No podía esperar para
crecer. Pero cuando ellas se casaban, ya no podían vestir de blanco. No podían
ser más Hijas de María. Blanco y azul eran los colores de Nuestra Señora y de
las muchachas vírgenes, porque Nuestra Señora había sido virgen, antes, durante
y después del parto, y quien sabe aquello qué es lo que quería decir.
Las
mujeres casadas vestían de negro o colores
oscuros y usaban una cinta roja,
del Santísimo, decían. Eran todas medio gordas y tristes. Y un día ella oyó una
discusión entre la madre y la tía Eduarda hermana del padre, que nunca se había
casado pero vestía de negro porque tenía más de 44 años. Y la tía le dijo a la
madre que una mujer casada no podía usar una pollera rosa, dónde se vio, no
quedaba bien. Y que ella se cuidase más, al final ya tenía veinticinco años y
debía comportarse como una señora.
–
Los
hombres solteros ¿son Hijos de María?
Todo
el mundo se reía mucho. Las personas estaban siempre riéndose de sus preguntas.
–
Congregación
Mariana, se dice así, había corregido
su tío, que también usaba una cinta azul en el
traje gris.
Pero lo más hermoso e
importante eran los hombres de la
Hermandad del
Santísimo que usaban una capa roja como Papá Noel, llamada opa(1) y tenían privilegios, llevar antorchas,
cargar el palio, que era un pano rojo como una choza en la playa extendida
sobre cuatro bastones dorados y que cubría el Santísimo Sacramento en la
procesión – ella pensaba que era para que él se cubriera de la lluvia.
Los
hombres, sólo ellos podían llevar el palio
y acercarse al Santísimo Sacramento, los hombres más viejos, serios,
casados, gordos. ¿Sería que ellos no
tenían miedo del Santísimo? Ella tenía mucho miedo, por el Santísimo,
porque hasta el Padre sólo podía entrar
en esa caja dorada llamada sagrario y celebrar con una toalla dorada ¿sino se quemaba?
Porque
el Santísimo , ah, el Santísimo , la gente no debía ni siquiera mirar cuando el sacerdote eleva la hostia
consagrada en la misa
- Baja la cabeza, chica.
–¿Si veía, se quedaba ciega?
El
Santísimo Sacramento se asocia siempre con
rayos. El sagrario tenía rayos
de oro que rodean el cuerpo de Nuestro Señor y a quien tomara la Hostia consagrada, que era
el cuerpo y la sangre de nuestro Señor, vendría un rayo caído del cielo y lo
fulminaría. Se llama sacrilegio. Era un pecado que no tenía perdón. El peor de
los pecados.
Pero el padre tomaba la hostia. El se lavaba las manos antes, una palangana de
oro, mientras que en el altar cubierto de rojo
solo el coroínha(2), el chico
que lo ayudaba, podría estar cerca de él, porque era un niño. Pero sólo el
padre, porque era Padre y porque era un hombre, podía tocar la hostia. Las
mujeres no podían tocarla, nunca podían tocarla.
–¿Si
me lavo las manos antes?
–
No.
Y más tarde, cuando, cinco años después, diez días después de cumplir los diez
años, tuvo su menstruación, estuvo ayudando a su madre a hornear masa de pan y la masa se agrió por su
culpa. La madre dijo que cuando la mujer estaba indispuesta las cosas salían amargas.
Y entonces comprendió por qué las mujeres no podían conseguir tocar la
hostia - agriaban el cuerpo de Nuestro
Señor. Se sentía sucia y humillada. Y se puso a llorar.
La
sangre menstrual .... tenía un olor medio ácido, ser una mujer era entonces eso,
la humillación, el secreto, mantenerse
siempre en los rincones, a la sombra, de rodillas en los bancos de la
iglesia mientras los hombres iban con la cabeza erguida buscando los asientos delanteros, el lugar les
pertenecía por derecho divino.
Pero
ella – sería diferente de todos, de las mujeres, de los otros niños – ella
porque solamente ella admitida, con abrazos en sus cinco años de rizos color
avellana, en el coro de hombres en la Novena de Navidad que era la cosa más hermosa del
mundo. Y si tenía suerte podía tironear del padre hacia un banco bien lejos de
Domenico, que tenía rastas y olía mal.
El coro de hombres cerca del órgano cantaba en latín. En aquellos días, la
organista, doña Francisca, descansaba. Venía
un organista de afuera, un hombre, porque las mujeres sólo servían para
hacer las cosas de todos los días, decía el Padre. Incluso los grandes
cocineros son hombres.
Los
sacerdotes cantaban y el coro de Hermanos del Santísimo respondían a coro:
Regem venturum Domine
Venite adoremus
A la
salida de la iglesia su madre y su tía decían que habían escuchado una
vocecita desafinada cantando:
Legem ventulum Domine
Venite adolemus
Pero a ella no le
importaba. Ella sabía latín. Ella cantaba en el coro de hombres. Ella era
diferente.
Se había ganado el derecho a hablar.
(1) opa, en portugués en el original, especie de capa sin mangas de color violeta como
vestimenta de los obispos, que vestían los hombres que rodeaban el Santísimo
(2)coroínha, en portugués en el original, monaguillo.
(c) Cecilia Prada
San Pablo
Brasil
Título original: Noites de anjos dourados -traducido del portugués al español: (c) Araceli Otamendi, versión autorizada por Cecilia Prada para su publicación en la revista Archivos del Sur
Cecilia Prada es una periodista y escritora brasileña. Ha publicado trece libros y ha
recibido cuatro premios literarios, y el "Premio de ESSO
Reportagem/1980" Folha de São Paulo. También fue diplomática de carrera. Este
cuento pertenece al libro ESTUDOS DE
INTERIORES PARA UMA ARQUITETURA DA SOLIDÃO (Editora DBA-SP-2004). También tiene cuentos publicados en
antologías, en Brasil y en el extranjero: en Alemania, Suiza, Italia, Estados
Unidos, los países escandinavos y en Portugal.
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