Jairo Prieto Macías - Banten

Jairo Prieto Macías 



Banten
   



      A las tres de la madrugada escuché la bulla. Estaba barnizando un seibó. Me apoderé de un martillo, apagué la luz y me asomé por la ventana. Observé la solitaria calle, oscura. Me quedé rato fisgoneando, no vaya a hacer que unos malandros quieran robarme. Los hechos ocurrieron, lo sé, sin mucha lógica, pero mi vida no podría afirmar que sea común. Detesto los grupos, hablo poco, y sólo salgo a la calle para comprar y vender madera. Soy carpintero. Me urge contar, no sé si estos rasgos tengan importancia para un cuento y tampoco me importa. Sólo quiero narrar cómo conocí a Banten. Escribir es la manera que ella me enseñó para desahogarme sin necesidad de hablarle al espejo.
Relataré tal cual sucedieron las cosas, sólo pasaré por alto los hechos menos relevantes.
Mi nombre es Sarmiento Álvarez. Mucha soledad se acumula en mí, vivo solo desde la muerte de mi madre, asesinada por el ejército en 1989, la tarde del estallido popular. Ecos de rabia hay en mí, pero luchar contra el gobierno opresor es suicidarse. Siempre he vivido en esta casa, en la calle La Cruz.  Mi madre la compró con mi padre. Ella siempre fue costurera, trabajó un tiempo en una empresa pero los dueños se fueron del país con los ahorros de todos los trabajadores. Mi madre por ese tiempo no paraba de llorar, dejamos de ir a la escuela, lo recuerdo todo con un poco de rencor. Mi padre era obrero de la fábrica de cemento, murió de cirrosis. Banten dice que la gente que toma es para olvidarse de la vida miserable que lleva. Yo tomo. Tomo para poderme concentrar en la moldura de la madera. Uno canta, dice cosas para entretener a la tristeza. Banten escribe, es poeta. Ella viaja todo el tiempo, dice que la literatura salva vida, que ella se lo debe todo a la escritura. Me habló de ella. Creí que se iba a quedar para toda la vida, pero la gente es rara, un día prometen algo y al rato se van. Acaso en este momento, no quiero pensar, esté prometiéndole lo mismo a otro, ojalá que no.
  Esa noche no hizo frío. La brisa era fresca, calientita. Escuché la vida de Banten. Dijo que su niñez fue feliz, que su padre a pesar que no vivió con ella la visitaba, la llevaba al parque. Su madre es bioanalista, y su hermano geógrafo. Le dicen Banten por cariño, al parecer a todas las personas cuando niña, ella le decía Banten, y por ello, todos le dijeron a ella Banten; menos su madre, su madre le dice Patico, y su hermano Muñi o Patico, pero ella prefiere que le digan Muñi o Banten.
 Abrí la puerta. Se presentó como Banten por costumbre, la verdad ella quería decir Alejandra, pero no, no le salió su verdadero nombre, cuando abrí la puerta me dijo, Hola, buenas noches, ¿será que puedo poner mi carpa en su jardín?, es sólo por hoy; Me pareció rara la petición. No sé, fue como un impulso, su mirada de río, tormentoso, raro. Pasé adelante, dije. Ella estiró la mano, deslizándola por el borde de la puerta con prevención. Banten, mi nombre es Banten. Mucho gusto señorita. Ella pasó fisgoneando con temor la casa. Observó los instrumentos, y las maderas picadas. ¿Es pintor?; No, soy carpintero. Lo digo por el olor. Es el barniz. Aunque también pinto, todos esos cuadros los he hecho yo. Paseó su mirada, se acercó a algunos, me preguntó sobre la composición y otras cosas que respondí por responder. Sin darme cuenta estábamos tomando vino, sentados en el suelo, conversando sobre la vida, la escritura y su niñez. Le conté en breves episodios mi vida. La vida que llevo desde hace veinte años. Se sorprendió que no viva con nadie, que no me haya casado, que no quiera tener hijos. Se sorprendió que sólo salga a la calle a comprar madera, hacerle formas y venderla labrada. Se sorprendió que casi no coma, que viva entre el aserrín, los potes de pintura, los periódicos tirados por todos lados, y la oscuridad. Después, se confesó: Creí que acá no vivía nadie, por eso me acerqué, la verdad toqué la puerta con la esperanza que no hubiera nadie, pero cuando lo vi asomado en la ventana, dije, ya es tarde, disimula y te vas. Yo la miraba con miedo, lástima, congoja, amor. No sé qué hacía una mujer como ella hablando con un hombre como yo. No sé como una mujer como ella dijera que no era feliz. No entiendo como una mujer como ella estuviera huyendo de algo, o de ella misma como afirmó que andaba.  No sé en qué momento Banten me dijo que me amaba, no sé en qué momento nos desnudamos, no sé en qué momento amaneció. No estaba. No sé si lo soñé. Los dos vasos de vino están servidos, intactos. Hay una manta tirada en el suelo, y un zarcillo de mujer. Ahora la espero, me asomo en la ventana a esperarla, sin lógica, sin argumento, que venga y ya. Que aparezca como la primera vez, que vuelva el tiempo de ayer escurrido. Que venga con más amor porque duele esta pérdida. Recuerdo sus grandes ojos marrones, su sonrisa fresca, su voz, sus labios gruesos. Anhelo su cuerpo.
El tiempo transcurre. Habito esta casa, la he limpiado, esta casa donde no viviremos, creando espacio en los muros donde imagino las fotos de los dos que no estarán, voy floreciendo los jardines, salgo a la calle a hacer la ruta que íbamos a hacer juntos, abro las ventanas esperando que un día cualquiera llegues de nuevo, Banten.

(c) Jairo Prieto  Macías
 Caracas, 2012

Jairo Prieto Macías
Ocumare Del Tuy en 1987. Poemas suyos han sido traducidos al portugués y al francés en antologías latinoamericanas. Ha publicado los poemarios: “Cuánto pesa un río” (2006) y “Primicia de huesos” (2012). Ha escrito y filmado guiones cinematográficos para cortometrajes de ficción y documentales.

http://www.jairoprietomacia.blogspot.com/ 

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