Emanuel Carrizo - El zapato que no se perdió

El cuento El zapato de no se perdió, de Emanuel Carrizo, resultó finalista en el Segundo concurso de cuentos de tema libre Revista Archivos del Sur (2014).

EL ZAPATO QUE NO SE PERDIÓ

Detrás del atril, con la espalda encorvada y la sobresaliente nariz apuntando hacia el enorme libro abierto, Javier permanece en silencio. Me acerco a él sabiendo que el ruido que provocaban los tacones de mis zapatos desafía el silencio imperante en la sala de la biblioteca.

Ya tomó el tren le informo.

Javier no se inmuta, sin embargo percibo con claridad el rápido movimiento de sus ojos indicándome que acaba de notar mi presencia.

¿Liz llegó a tiempo? me pregunta al cabo de unos minutos sin apartar la vista de las arrugadas páginas del libro.

Me acerco hasta la mesa alargada donde Javier ha separado los libros que piensa llevarse y reviso las portadas.

No. Tuvo que esperar hasta el siguiente tren.

Javier continúa leyendo en silencio, apartado de la realidad. El ventilador del techo produce un ruido similar al que provoca Javier cada vez que da vuelta una página amarillenta del libro. Me siento en una silla al costado de la mesa alargada y cruzo las piernas apretadas por la falda mientras espero que Javier termine.

¿Siempre está tan vacía la biblioteca? pregunto mirando alternativamente hacia diferentes direcciones y consigo captar de reojo el momento en el que Javier levanta ligeramente la cabeza y me mira por encima de sus gafas.

Es una biblioteca ¿qué esperabas?

Miro aburrida como Javier retoma rápidamente su lectura y pienso sin querer en Liz viajando en el tren con la mejilla a pocos centímetros de la ventanilla, observando el paisaje exterior corriendo a toda velocidad cual si estuviera adosado a la superficie de una rueda que gira sin principio ni final; y ese asiento amplio y acolchonado que refuerza la creencia de que es el exterior el que se mueve mientras ella, inmóvil, lo observa.

¿De qué trata ese libro?

¿Cuál?

El que estás leyendo.

Javier se toma unos segundos para desenredarse de las líneas del libro y lo veo enderezarse por primera vez desde que entré en la sala.

Es el viejo libro recuperado de una biblioteca anglicanadice.

Javier se quita los lentes y camina hasta uno de los estantes, allí recorre los lomos de los libros con el dedo mientras balbucea palabras que no pretende que yo escuche. Y quizá Liz no está sentada junto a la ventanilla del tren, después de todo ¿cómo podría yo saberlo? De hecho lo más probable es que le haya tocado el asiento del pasillo. Casi puedo ver al hombre que está sentado junto a ella, pero ese hombre no mira por la ventana a pesar de que puede, prefiere mirar hacia adelante y hacia los lados, parece que buscara algo en el vagón. Liz está inquieta, se podría decir que incómoda porque le parece que el hombre de rostro borroso mira repetidamente sus piernas le sugerí que no llevara una falda corta, ya no es una chiquilla, y observa esa mano de dedos resecos que tiembla ligeramente sobre el apoyabrazos, tan cerca de ella, como una serpiente al acecho, dispuesta a lanzarse relampagueante hacia su presa.

Javier retira del estante un libro azul con expresión de triunfo y lo lleva hasta el atril donde aguarda el libro de hojas amarillas.

Y ese libro… ¿cuál es? pregunto sólo para combatir el silencio.

Diccionario de latín. Hay palabras que no recuerdo qué significan.

Se coloca nuevamente detrás del atril. Parecería un predicador si no estuviera obsesivamente encorvado sobre los libros, se podría pensar que carga los libros sobre su espalda en lugar de tenerlos frente a él.

¿El libro grande está escrito en latín?

Javier hace una vanidosa señal invitándome a comprobarlo. Camino con paso cansino hasta colocarme junto a él y al observar el libro desde esa perspectiva compruebo primero que sus páginas son más pretéritas de lo que me he imaginado, y luego que efectivamente está escrito en un lenguaje que yo no comprendo y con una caligrafía que oscila entre la manuscrita y la impresa. Cada línea es una sucesión de palabras incomprensibles. Entrecerrando los ojos, las palabras se transforman en vagones oscuros, difusos, apenas separados. Finalmente cada línea se convierte en un tren. Un tren como en el que viaja Liz, probablemente ahora más tranquila porque el hombre que viaja junto a ella se ha dormido, o al menos eso calculo yo; pero es difícil estar segura pues el tiempo transcurre con mayor lentitud en una librería debido a que el peso de los libros entorpece su avance. Me imagino que de vez en cuando Liz intenta ver el paisaje a través de la ventanilla, tiene debilidad por este tipo de cosas, pero pronto desiste pues se siente incómoda al tener que mirar a través del hombre que viaja con las piernas separadas y que ha comenzado a roncar.

No sé cómo podés entender eso le digo a Javier abandonándolo en su altar privado. Vuelvo a merodear aburrida cerca de la mesa con los libros que él ha separado acariciando las portadas con los ojos ¿Te falta mucho?

Cuando venga Matilde nos vamos.

Pero yo calzo en mi mente la idea de que no nos vamos a marchar hasta que Javier acabe ese libro enorme y de repente recuerdo el ruido del ventilador del techo que rota inútilmente, y recordarlo es volver a escucharlo en primer plano. Esto me lleva a pensar que Liz debe estar sufriendo por el calor en el tren. Pero el vagón acaba de entrar en un túnel oscuro y Liz que no puede ver nada percibe la presencia de ese hombre a su lado como una lámpara exageradamente resplandeciente en medio de la oscuridad y no puede dejar de imaginarse esa mano recortándose en las tinieblas, indecisa y peligrosa, una garra, sí, es una garra.

Son cinco libros sobre la mesa alargada colocados verticalmente uno junto a otro. Sólo reconozco uno titulado: "El zapato que no se perdió", Liz y yo lo hemos leímos hace tiempo. Lentamente, con desinterés hago rotar cada libro aproximadamente noventa grados y los dejo a todos en posición horizontal, uno detrás del otro, como vagones de un tren unidos por un lazo invisible.

Un tren concluyo mirando los libros desde arriba, pero mis palabras se pierden entre las hélices del ventilador que producen ahora un ruido intenso, difícil de soportar ¡Mirá Javier!

Él me mira sorprendido, casi asustado porque estoy gritando y los libros no tolerarán esta falta de respeto en una biblioteca, pero él no comprende que el ventilador hace mucho ruido y si hablara más bajo no me escucharía.

¡Mirá, los libros, parecen un tren!

Liz se alegra cuando el túnel se termina y ver la luz de nuevo es como escapar de una tumba. Pero el ruido incesante del tren la aturde. Los pasajeros se inquietan.

Javier se acerca mirándome con el ceño fruncido, mueve los labios pero el ventilador o el ruido del tren no me deja escuchar lo que dice. Me cubro los oídos para mostrarle que no puedo escuchar sus palabras.

¡Mirá! repito señalando la mesa con la cabeza ¡Es un tren, tus libros forman un tren!

Yo sé que Liz comprende que algo está mal. Cada vez más pasajeros se acercan a las ventanas y comentan lo que ven afuera, pero no puedo escuchar qué dicen por culpa del ventilador. Javier se quita los lentes y me reclama algo furioso. Me señala los libros, enojado, e intenta despegarme una mano de la oreja, pero yo no se lo permito. Él no comprende que no puedo seguir soportando el ruido del ventilador.

Forcejeo con él intentando con todas mis fuerzas mantener las palmas pegadas a mis orejas. En medio de la lucha pierdo el equilibrio y al apoyarme sobre la mesa para no caerme arrojo al suelo uno de los libros que formaban el tren. Cuando el libro cae al suelo produce un sonido estridente, como el que escucha Liz en el tren. Todo el vagón vibra, la gente grita presa de la histeria mientras todos los vidrios retumban amenazando con romperse, y al ensordecedor ruido de la explosión le sigue un sonido de metales retorciéndose; el vagón se zarandea de un lado a otro y la gente se cae y se golpea. Liz intenta ponerse de pie y se sostiene del asiento donde el hombre que la ha acompañado sigue durmiendo, o quizá se ha desmayado.

¡Qué hiciste! grito recogiendo rápidamente el libro del suelo.

Javier me mira desdeñoso y suelta unas palabras que las hélices del ventilador rebanan con facilidad y que no consiguen llegar a mis oídos. Toma el libro que yo levanté del suelo y en un arranque de furia desarma bruscamente la formación ferroviaria que yo había construido con los libros sobre la mesa. Miro impotente el libro "El zapato que no se perdió" que Javier ha empujado hasta el borde de la mesa. Al volcar el vagón muchas personas salen despedidas por la ventana, una de ellas es el hombre que ha viajado junto a Liz. Ella se aferra con todas sus fuerzas al pasamano hasta que el vagón impacta contra el suelo y luego todo es vueltas y oscuridad.

Javier me ayuda a levantarme, su mirada se ha ablandado, parece más preocupado que furioso.

¿Estás bien? puedo escucharlo porque el ventilador va silenciándose poco a poco, ya ha pasado todo.

Asiento y veo a Javier recogiendo los cuatro libros y luego caminando hacia la salida con ellos.

Vamos, escuché entrar a Matilde dice.

Yo lo sigo, se voltea y al verme me pregunta por el libro que llevo entre mis manos.

Querés que lo lleve yo me ofrece tendiéndome su mano.

Observo el libro y niego con la cabeza al ver una mancha que parece de tinta roja asomándose entre las páginas.

© Emanuel Carrizo

Salta

Argentina





Emanuel Carrizo nació en Salta Argentina el 7 de Febrero de 1989. Graduado como licenciado en comercialización y diseñador gráfico publicitario. Recibió formación literaria en los talleres del escritor Julio Diaz-Escamilla.

En el año 2011 fue uno de los ganadores del Certamen de Cuentos Regionales del NOA, organizado por el Consejo Norte Cultura, siendo su cuento: "Por qué no se debe escribir frente a un espejo" publicado en la antología de ese Certamen. En el año 2012 recibió Única Mención de Honor en el certamen de Cuentos organizado por la Editorial argentina "Ruinas Circulares", participando también en la antología de cuentos publicada como resultado del evento. Y en el año 2013, se desempeñó como jurado en el siguiente certamen organizado por la misma editorial. Ha tenido otras breves participaciones en diversas antologías.

Actualmente reside en la provincia de Salta y se desempeña como consultor comercial.




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