Sobreviviente - José Respaldiza Rojas

          


Van cuatro días que se cancelan los vuelos a Pucalpa debido al mal tiempo reinante. El aeropuerto internacional Jorge Chávez se encuentra repleto de pasajeros pues abrigan la esperanza que hoy puedan embarcarse y disfrutar una Navidad con los suyos, todo el espacio está abarrotado de personas, maletas, mal humor, bolsones, ansiedad. Muchas personas fuman, intercambian palabras, uno cuenta un historia de un personaje que por nada del mundo subía a un avión, siempre viajaba vía terrestre por lejano que fuera su destino y un buen día no le quedó otra opción que volar, fue su última decisión pues el avión se estrelló, ¡Dios nos salve y nos proteja! -  se escuchó, los presentes se persignaron, luego se santiguaron, cambia de tema dijeron abochornados, una premonición flota, un sudor colectivo empieza a enrarecer el ambiente.   

De pronto del altavoz del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez sale una voz que indica:

Pasajeros con destino a Pucallpa, en el vuelo 508, por favor abordar el avión,

Era diciembre de 1971, en víspera de Navidad. Los 92 pasajeros se ponen de pie y avanzan para subir al avión, entre ellos se encuentra una muchacha de diecisiete años, Juliane Koepcke, alumna de último año de media, junto con su madre, va al encuentro de su padre Hans-Wilhelm Koepeke, en la estación biológica Panguana fundada tres años atrás en Huánuco, gracias al obsequio de tierra que le dio un alemán residente en la zona.

Despega el avión Lansa todo iba bien, las azafatas pasan repartiendo bebidas y cuando faltaban escasos veinte minutos para llegar a su destino una gran tormenta los atrapa. El piloto, en lugar de subir hasta sobrepasar la tormenta decide meterse en medio de ella, pensando que el tramo es corto. Una azafata deja oír  su voz:

                        Pasajeros, tendremos un poco de turbulencia, abrochen sus cinturones.

No bien terminó de hablar cuando escucharon:

                        Crashpinponbummm

Un rayo cae encima de un ala, el avión se tambalea, las maletas colocadas en la parte superior caen por todos lados, la luz interior del avión se apaga, hay gritos de terror, cunde el pánico mostrando rostros desorbitados, todos se sujetan a lo que pueden. Cae otro gran rayo sobre el avión cuatrimotor, el ruido retumba en los oídos de los pasajeros que los dejó medio sordos,  la turbulencia los remueve a todos, parece que estuvieran metidos dentro de una licuadora. 

                        Burubumbumplash

Ahora otro rayo hace perder estabilidad al avión, la niebla no deja ver nada, un fuerte viento lo arrastra hacia abajo y el avión cae dando tumbos desde 2,300 metros en medio de la selva del Ucayali. Se vino abajo quebrándose en dos y al caer a tierra se destroza en mil partes, sus restos se esparcen en un radio de quinientos metros, luego del estruendo de la caída un silencio sepulcral se deja sentir. Sujeta a su asiento, que se desprendió del fuselaje, al día siguiente se despierta Juliane, con sus ojos inflamados ve un cuadro aterrador, árboles caídos, pedazos del avión por todos lados y lo más espeluznante era ver seres humanos sin vida, un pie por aquí, una cabeza acullá, algunos tórax estaban desmembrados, escucha quejidos El olor a quemado hacía difícil respirar. Se tapa un poco la nariz con la mano izquierda, procurando oler lo menos posible. Desabrochó su cinturón, se puso de pie, sentía mucho dolor en la pantorrilla izquierda ya que presentaba una herida profunda, mover su brazo derecho también le producía dolor, ella no tenía cómo saberlo, pero su clavícula se fracturó, lentamente va saliendo del barullo que tiene en la cabeza y recordó que viajaba acompañada con su madre, al ver que no está por ningún lado, se pone a llamarla,  buscó a gritos a su madre María Mikuliez Radecki, de profesión ornitóloga:

                        Mamita, mamita ¿dónde estás?      

 

                        Mamá, mamá ¿dónde estás?

               Mamá contesta

Se quedó media ronca de tanto gritar. No la pudo hallar (había muerto), una profunda soledad invadió su cuerpo. Al avión subieron muchas personas y aquí sólo ella está con vida.

Caminando como pudo se alejó de aquel espantoso lugar. Cojeaba con su pie izquierdo y a cada paso sentía un gran dolor, pero la repulsión que sentía era mayor.  Debemos indicar que en la selva no hay letreros que te indiquen por donde seguir, un árbol es igual al otro árbol, volteas a mirar y todo se repite como si fuera un eco visual. Ella se sentó un rato en el suelo, había que serenarse, primero lloró, lloró, lloró casi como una hora  para desahogar su interior, luego se dio cuenta que para salvarse no contaba con la ayuda de nadie, por suerte en eso afloró un recuerdo que le dio su padre, zoólogo de profesión: si alguna vez se perdía en la selva, debía seguir la corriente de un riachuelo, un afluente de agua o río, pues finalmente llegaría a una población. 

Caminaba por caminar, no tenía idea de a dónde dirigirse. Una duda empezó a darle vueltas: ¿Estaré metiéndome más a dentro del bosque? ¿Cómo saberlo? Se encomendó a Dios pidiéndole ayuda.

Los tres primeros días anduvo errática, sus pies se hincharon, las plantas de sus pies se llenaron de llagas, estaba casi sin comer, en eso siente el sonido de las aspas de un helicóptero, pensó están buscando sobrevivientes, ¡me salvé!  Trata de hacer señas, pero la espesura de los árboles se lo impiden, el sonido de las aspas se aleja, una desesperación la lleva a gritar: Mierda, me consideran muerta, efectivamente para el mundo estaba muerta al igual que todos los pasajeros. Acostumbrada a un mundo urbano, la pestilencia de su sudor la molestaba, empero más problemas tenía al orinar o defecar, no había con qué limpiarse, habituada al aseo se sentía muy incómoda, hasta que se le ocurrió usar hojas de los árboles.

De nuevo cae en una depresión y se queda dormida profundamente, revolotean sobre ella una nube de mosquitos que pican su cuerpo al igual que los nocturnos zancudos, decide no rascar su cuerpo ya que inflaman aún más la zona afectada.

Al amanecer le vino un recuerdo a la mente, sus estudios y amistades en el Colegio Humboldt y los días que pasó en su casa en Miraflores, con sus amigas de barrio, si porque ella nació en Lima un 10 de octubre de 1954. Eso hizo que se aferrara a la vida y buscar cómo salir del infierno verde que la oprimía. Puesta de pie y con un tronco grueso en la mano, que le servía para apartar las ramas que no la dejaban avanzar, comenzó a caminar, caminar, caminar cuando de pronto una ráfaga de aire le trae un sonido conocido, por algún lado corre agua y va en su busca. Ningún otro ruido la distrae, ese sonido del correr del agua es su tabla de salvación.

Come sólo frutos y hierbas conocidas y el hambre la acompaña a todos lados, siente que tiene problemas para defecar, no hay con que limpiarse, se le acabaron los caramelos que le dieron en el avión y que comía uno por día. Juliane era una muchacha a quien la vida siempre le sonrió, que nunca pasó hambres, no sufrió ningún dolor, no tuvo ninguna penuria, pues pertenecía al sector medio, acomodado,  pero por una decisión errada del piloto, ahora se enfrenta a lo contrario, ahora apestaba, le dolía todo el cuerpo, sentía hambre, y lo más grave era sentirse sola.

Al sexto día, con sus pies sangrantes, los ojos legañosos, le duele casi todo el cuerpo cuando en eso, encontró lo que buscaba, un pequeño riachuelo, ahora a seguirlo, maldita sea con los mosquitos, se le llenan de larvas las heridas, pero ahora que encontró un pequeño curso de agua nada la hará retroceder. En su séptimo día, da con un comienzo de río, no encuentra cómo seguirlo así que decide meterse en él. Como no puede dar brazadas, nada estilo perrito, y más bien el curso del agua arrastra su cuerpo. Le duele mucho el brazo y para alejar esa incomodidad se pone a rezar, las oraciones le quedan cortas, entonces reza en inglés, luego en alemán.

Con esa entrada al agua logra que muchas larvas metidas en sus heridas salgan. Ahora está siguiendo el curso de un pequeño río, es un afluente de gran río, ella no lo sabe, pero es el río Pachjtea. Sale del agua y reinicia su marcha. Los días pasan y ella continúa caminando por el borde.  En su décimo día ve una lancha, entonces aprovecha para sacarle un poco de gasolina del motor y con ella limpia sus heridas. Indaga un poco más, da con una pequeña cabaña donde se instala, se echa en una cama de lona y deja que el sueño elimine su cansancio, luego de tanto tiempo de dormir echada en el suelo, con hormigas que se le subían por su cuerpo, ésta vez se alivió.

Al día siguiente siente que le tocan el hombro, abre sus ojos y ve a tres hombres, Jesús, estaré divagando, cierra y abre los ojos varias veces, efectivamente son seres humanos, son  madereros que ven asombrados el cuerpo de una dama, con la ropa destrozada, llena de heridas, la cabellera desgreñada, el cuerpo mal oliente, que al incorporarse les cuenta, casi llorando, que se cayó de un avión. Uno de abre su morral, saca un pañuelo para limpiarle la cara y le da un poco de comida, con su cantimplora le ofrece un poco de  bebida. Sorprendidos por lo que escuchan proceden a llevarla al distrito de Tournavista donde le prestan los primeros auxilios, lavan su cuerpo y su cabeza, le  prestan algo de ropa para cubrir su cuerpo. La llevan luego al hospital de Pucalpa, donde tiene un emotivo encuentro con su padre.

Estaba salvada, con los datos que proporcionó dan con el lugar donde cayó el fatídico avión. El accidente cambió toda la manera de vida familiar. Su padre la envió a estudiar en Alemania y tres años después su padre también regresa a Alemania. Como Juliane se siente peruana, regresó en 1978 para hacer su tesis de bachillerato en biología, al mismo tiempo  volver a Panguana, nombre local de un tipo de perdiz. También se decide a escribir un libro que tituló Caída del cielo donde narra lo que le ocurrió

En la Universidad de Kiel hizo su Maestría y en la Universidad Ludwing Maximiliums de Munich su doctorado, está especializada en murciélagos, ya que en Panguana registraron 58 variedades de ellos. Gran lección que nos da Juliane: no rendirse mientras tengas vida porque nunca sabes lo que te depara el futuro. Gloria a ti Juliane.

(c) José Respaldiza Rojas

Lima

Perú 

 José Respaldiza Rojas (Lima, 1940) Decano de la Facultad de Pedagogía de la Universidad Nacional de Educación (1991) catedrático principal, periodista, se ha especializado en literatura infantil. Es Magister en Ciencia de la Educación. Ha publicado La Maestra, Adivinanza, Las Fabulosas fábulas, Fabulario, Imayllanqui jitanllanqui mil adivinanzas quechuas, Las jitanjáforas en el mundo infantil. El Tangrama, Calcular con fantasía y otros más. Es miembro de APLIJ, CEDELIJGanó el Premio Nacional de Promoción a la Lectura, en el nivel universitario. En 1997 la Biblioteca Nacional del Perú lo galardonó por su creatividad.

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