Wakefield nació en Buenos Aires - Homenaje a Nathaniel Hawthorne (Noche de fin de año)
Wakefield nació en Buenos Aires -
Homenaje a Nathaniel Hawthorne (Noche de fin de año)
Nota de la autora:
Escribí este cuento hace más de treinta
años. En la primera versión ya publicada, el señor Simps dice que va a comprar
cigarrillos como Wakefield, en el cuento de Nathaniel Hawthorne.
Con el transcurrir del tiempo he comprobado que el cigarrillo y el acto de fumar son más dañinos y causan estragos en la salud más de lo que se difunde. Por eso en esta nueva versión del cuento, el protagonista sale a comprar helados dejando a los cigarrillos en el olvido.
También, la señora Simps que sigue
siendo gorda como una figura del pintor Fernando Botero ha tomado conciencia de
que los cánones de belleza no le importan. Estas modificaciones en el cuento no
se deben a un intento de transformarlo en políticamente correcto sino a que
están de acuerdo con lo que pienso en la actualidad.
La señora Simps parecía una de las mujeres gordas de los cuadros de Fernando
Botero. El señor Simps era flaco como un Stradivarius y tenía la cara parecida
a Stan Laurel. La señora Simps tenía una cara bonita y no le importaba
nada encajar en los cánones de belleza.
Era la noche de fin de año y sentados a la mesa,
como correspondía esa noche del treinta y uno de diciembre, el señor y la
señora Simps hablaban cada uno de temas diferentes sin dejar de hablar, por
eso, del mismo tema.
Cuando llegaron las doce y el estallido de los cohetes hizo vibrar los vidrios
de la ventana del living el señor y la señora Simps brindaron:
-Brindo por un año mejor, por la paz y la felicidad -dijo la señora Simps.
-Brindo por un año mejor, por la paz y la felicidad -repitió el señor
Simps.
Los dos levantaron la copa donde bailoteaban cientos de burbujas y a las doce y
cinco el señor Simps dijo que saldría a comprar helados. La señora Simps se
preguntó si esa era hora de salir a comprar helados. Pero el señor Simps
insistió y salió rápidamente hacia la calle.
La señora Simps pensaba en utilizar el tiempo en
que el señor Simps se ausentara a tocar música de Chopin en el piano.
También podría bailar, pensaba, ahora que él no
estaba y podría hacerlo descalza, frente al espejo, cosa que al señor Simps no
le gustaba porque le parecía un comportamiento incorrecto.
El señor Simps miró los adoquines grises, el cielo
como un recorte oscuro entre los edificios de la calle, las siluetas de
aquéllos se alzaban como flechas hacia el cielo y respiró profundamente. Miró
las estrellas y sintió que una de ellas le guiñaba un ojo, le sonreía y
titilaba para él. Caminaba en busca de algún lugar abierto donde pudiera
comprar helado. El aire le acariciaba la cara y lo sentía profundamente
dulce en la piel tostada. Muchas ventanas se abrían hacia la vereda, dejaban
escapar el bullicio de las distintas voces provocado por las bebidas
alcohólicas . Era la hora en que escapaban las verdades en las mesas y
comenzaban las discusiones entre familiares que no se veían casi nunca. O entre
aquéllos que se reunían sin saber por qué o para qué. Era la hora donde se
sacaba la máscara a la hipocresía de todo el año y se disparaban las verdades
más absurdas como proyectiles, cara a cara. También era la hora en que los
jóvenes escapaban de las casas para encontrarse con su enamorado o enamorada. Y
los que estaban solos se iban a dormir o lloraban por algo que ya no existía. Y
de todo esto estaba lleno el aire junto con el olor a pólvora de los cohetes y
las chispas de las estrellas de bengala. El señor Simps había caminado ya
varias cuadras y no había ningún lugar abierto donde pudiera comprar un
helado. Pero sí estaban abiertos los restaurants donde las personas festejaban.
El restaurant parecía ser un lugar más distendido para pasar la noche de fin de
año: había familias con niños, parejas, personas solas en las mesas. El señor
Simps se preguntó dónde iba a encontrar el helado que había ido a comprar. Fue
entonces, en la vereda de una calle cortada donde encontró una mesa tendida
bajo el cielo. Sentados alrededor de la mesa había hombres y mujeres que reían
y cantaban. El señor Simps se acercó atraído por la escena y tomó la copa que
le ofrecían y bebió. El gusto amargo del champagne le recorrió la garganta. El
señor Simps miró el cielo. Había muchas estrellas suspendidas, parecía
que alguna iba a caer ahí, sobre la mesa. Tuvo la impresión de que una
incómoda magia se estaba apoderando de él y le decía que se quedara ahí. El coro
de la mesa tarareaba: "... desde que se fue, nunca más volvió...
Caminito amiiiigo, yo también me voy...".(1) El señor Simps se subió a
la mesa y empezó a cantar esa letra. Y luego los que estaban ahí alrededor de
la mesa cantaron y cantaron otras canciones. Reían y cantaban, creían ver las
estrellas que especialmente los saludaban a ellos esa noche. Al pie de la mesa
, junto al señor Simps había una mujer. Era una mujer de pelo corto que cantaba
y reía. El señor Simps la invitó a subir a la mesa y bailaron. En el aire había
olor a tilos y a pólvora de los cohetes y un perro ladraba asustado desde algún
balcón. Mientras el señor Simps y la mujer bailaban, el coro de la mesa
tarareaba:
"...Corrientes 3-4-8... segundo piso
ascensor, no hay porteros ni vecinos, adentro cocktail y amor, pisito que puso
Maple, piano, estera y velador, un telefón que contesta, una victrola que
llora, viejos tangos de mi flor, y un gato de porcelana païque no maúlle el
amor...". (2)
El cielo parecía ahora un oscurísimo techo color
pizarra. El señor Simps y la mujer dejaron de bailar y se sentaron. Había
llegado el turno de bailar a otros. Seguían descorchándose botellas,
algunos comían fruta fresca. El señor Simps entusiasmado coreaba cada canción.
Además había helados, helados cubiertos de chocolate, cada uno de los que
estaba ahí podía tomar el suyo.La mayoría de los que estaban ahí eran artistas,
había fracasados y algunos pocos exitosos. La brisa acariciaba ahora las caras.
Les hacía recordar que estaban vivos y que juntos habían empezado un nuevo año.
Fernanda, la mujer que había organizado la fiesta en la calle acariciaba su
panza enorme, sentía cómo la piel se le había estirado y sentía también un peso
parecido a un coco entre las piernas. Faltaban pocos días para el nacimiento de
su primer hijo. Iba a ser una mujer. El señor Simps le auguró dicha. Fernanda
se acariciaba el vientre y tenía la mirada brillosa mientras cantaba. Y toda la
escena parecía haberse detenido allí, en esos instantes cuando las gotas
empezaban a deslizarse por la piel. Eran gotas pequeñas y frías. Y cada uno de
los que estaban buscaba refugio bajo un techo, en algún lugar.
El señor Simps le dijo adiós a la mujer que había bailado con él y se alejó. La
mayoría de las ventanas ahora a oscuras, se adivinaba en el interior de las
habitaciones a las personas que dormían. Recién entonces, el señor Simps
recordó que había salido a comprar helados y que no había podido hacerlo.
La señora Simps, después de tocar música de Chopin en el piano había bailado.
En la mesa había quedado la botella de sidra por la mitad y un pan dulce comido
a medias. Antes de acostarse, a la señora Simps le habían entrado ganas de
comer helados y había salido, ella también, a comprarlos.
© Araceli Otamendi
https://revistaarchivosdelsur.blogspot.com/p/araceli-otamendi-escritora-y-periodista.html
(1) letra del tango "Caminito" de Gabino Coria Peñalozza y Juan de
Dios Filiberto.
(2) letra del tango: "A media luz" de Edgardo Donato y Carlos César
Lenzi.
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