La primavera de 1649 - Márcia Batista Ramos
Brueghel el Viejo, El triunfo de la muerte (fragmento) |
Márcia Batista Ramos |
"La primavera invita a una fiesta y a veces, a fiestas macabras, tan espantosas, como de la peste en Sevilla."
Todos
vivimos en paz, armonía y esplendor, hasta que la gran maldición cayó sobre
nosotros, entonces, cuando el desorden y el caos cayeron sobre el mundo, como
una llovizna que moja suave y constante penetrando los campos, las ciudades y
las gentes, todo cambió radicalmente, de muchas formas todos nos vimos afectados
por aquella purga desbocada de mediados del seiscientos que no tuvo compasión
con ningún cristiano.
En
los soleados y agradables días de primavera, en las primeras semanas del mes de
mayo de 1649, sucedió aquella gran catástrofe: la peste.
En
los siglos anteriores, otras pestes, asolaron nuestra ciudad, así que, con la
experiencia que la historia nos proporciona, de inmediato, el Ayuntamiento creó
una Junta de la Salud, que ordenó medidas preventivas con fórmulas de
protección que ya conocían, por eso, no se podía circular libremente. Con la firme
decisión de prevenir el contagio, la ciudad fue cerrada.
Nosotros,
llevábamos la lista de las pestes, no por sus nombres o síntomas, sino, por los
años: peste de 1302; de 1350; de 1599 … la de 1649.
Como
siempre buscamos un culpable para nuestros males, en algunos círculos culpaban
a los judíos por la peste, otros, decían que los gitanos de Cádiz trajeron el
mal en un cargamento de ropa infectada, con la intención de venderla en
Sevilla, nadie pudo probarlo, pero los gitanos murieron. Yo nunca supe si era
cierta esa versión, pero, escuché en algún lugar, y me parece más razonable:
que el bacilo ya estaba presente en la ciudad a principios de 1649 y sólo fue
necesario que se dieran las condiciones de temperatura y humedad que
favorecieron su contagio en la primavera.
Fue
todo tan rápido, que muchos decían, que las medidas tomadas por las autoridades
municipales fueron tardías… No puedo aseverar nada, en particular, no me di
cuenta del problema, hasta que el tabernero, enfermó y su casa, como la de los
demás apestados, fue cerrada.
Las
usuales carretas coloridas, cargadas de flores y vegetales que llegaban de las
quintas para abastecer los mercados, habían desaparecido. Solo encontrábamos
carretas cargadas de muertos apilados, hediondos en una imagen espeluznante,
que causaba ansias de vómito.
A
la puesta del sol, cualquiera querría estar recluido en su cama, para olvidar
las imágenes del día.
Los
contagiados aumentaban por hora y las autoridades, hicieron cuánto era posible
para tratar de frenar la mortandad. Lo que no lograron hacer fue atenuar el
pánico, ya que los síntomas de la atroz peste, se manifestaban de un momento a
otro, en cualquiera, a la vista y para terror de todos.
No
entiendo, dónde estaba la divinidad, cuando ocurrió estas cosas… Los difuntos,
no tenían misa, ni intención por su alma, tampoco funeral. Eran cientos de cadáveres
apestados, enterrados en amplias fosas comunes, donde la mayoría de los
cadáveres eran hacinados y enterrados, prácticamente a flor de suelo. Rápidamente,
los cementerios se quedaron insuficientes, los diputados sanitarios mandaron
hacer otros cementerios en el extrarradio.
Muchos
hombres masticaban tabaco para disfrazar el olor y el sabor acre de la muerte. Cundió
el miedo desatado por la posibilidad de morir entre atroces sufrimientos, con
el cuerpo cubierto de llagas supurantes e inflamaciones, algunas de ellas del
tamaño de una manzana, sumado a mucho dolor.
Para
empeorar los males, la peste llegó después de que Sevilla hubiera sufrido una
crisis de subsistencia por falta de cosechas debido a las intensas lluvias e
inundaciones. En la misma época en que el comercio con las Indias declinaba. Pienso
que los dioses, conspiraban contra la ciudad, por eso, en mi calculo personal,
estimo que más de la mitad de la población murió. Las autoridades hablan del
deceso de 45% de la población. Pero ¡hombre! La ciudad parecía un pueblo
fantasma y los que sobrevivimos, siempre hemos lamentado haber sobrevivido, por
haber visto tanta desgracia acumulada.
Mucha
gente huyó, pienso que de nada sirvió, apenas fueron a morir lejos. Porque
cuando la muerte llega persigue a moros y cristianos, donde quiera que vayan.
Tanto es así, que en las parroquias extramuros el efecto de la peste también
fue mortífero. La peste se llevó, mayormente, decenas de millares de mujeres y
niños.
El
aislamiento fue grande para intentar frenar el mal, muchos, adoptaron una dieta
alimenticia especial; restringieron las relaciones sexuales y empezaron a
portar amuletos, además de ir a la iglesia a confesar sus pecados.
No
se podía ir a muchos lugares sin portar el particular certificado de salud.
Tampoco era muy fácil adquirirlo y como siempre sucede, mucha gente se quedó a
merced de las circunstancias…
Sevilla
era una ciudad con muchos atractivos y movimiento, desde el establecimiento de
la Casa de Contratación de Indias en 1503 y de las bodas del emperador Carlos V
en 1526, Sevilla se convirtió en un foco de atracción internacional. Por lo
mismo, cuando llegó la peste, me consta, porque estuve allí, que la ciudad
estaba habitada por una multitud de gente de todas las naciones, donde los
tratos de los negocios se hacían en la plaza. Las calles eran una especie de
hormiguero humano.
Con
el azote de la peste, las puertas de la ciudad fueron guardadas y custodiadas,
fortificadas con maderas, también colocaron vigilancia en las afueras. Por otro
lado, pensaron que, haciendo limpieza general de las calles, podrían frenar el
mal, sin embargo, los que salieron a limpiar se infectaron y murieron.
Entonces, hubo una prohibición de comerciar con mercancías y celebrar reuniones,
además de aglomeraciones, hubo el cierre inmediato de locales públicos. Aun así, el contagio estaba en aumento a cada
instante.
Rápidamente,
muchos barrios se vaciaron, porque los vecinos murieron en todas las casas,
dejando sus casas desiertas y sus perros abandonados en las calles vacías.
Sin
saber cómo combatir la enfermedad y por desconocimiento, los responsables de la
salud pública, mandaron matar a todos los gatos y perros de Sevilla antes que
termine la primavera.
También,
se prohibió el uso de la ropa de los difuntos y se procedía a su quema, ya que
las pulgas se quedaban en la ropa y cuando alguien empleaba la misma era picado
por la pulga y transmitida la enfermedad. La ciudad dispuso quemaderos y durante
todo el día se veía el humo de la quema de la ropa de los difuntos… Cenizas de
terciopelo y seda de la china: adiós lujos terrenales, adiós, adiós…
Solo
quedaba el miedo, el llanto, las miserias, todo era horror y la certeza de
vivir un episodio apocalíptico, conforme los días pasaban.
Los
contagiados fueron agrupados en hospitales, que inmediatamente, se vieron
abarrotados, pero decenas morían en la puerta de los nosocomios, los sanitarios
sevillanos realizaron una labor encomiable, pese a la falta de medios y la
situación límite que se vivió.
Gran
parte de la ciudadanía sevillana dio muestras de su capacidad para mantenerse a
la altura de las circunstancias, intensificando su labor de atención a las
personas más vulnerables. Otros, hacían piadosas procesiones de rogativas que
se organizaban de noche, espontáneamente, con el resultante disgusto de los
funcionarios municipales. Otros, a los que los rezos no les alcanzaban,
sencillamente, morían.
Después
de ser una de las ciudades más importante del mundo, Sevilla, se transformó en
un escenario de luto y dolor, donde sucumbían familias enteras en un momento y
faltaba sepultureros para enterrar a tantos muertos.
Las
vendedoras de plantas aromáticas, para purificar el aire, casi no daban cuenta
de tanta venta que tenían, no obstante, muchas murieron de forma sobrecogedora,
como todo lo que era humano y estaba expuesto al mal. Ya que no bastó la pulverización
de las casas, ni cumplir con las medidas higiénicas ordenadas, nada fue
suficiente.
El
mundo pasaba con sus deseos, pero ¿qué hacia la voluntad de Dios?
La
medicina, incapaz de frenar el avance del contagio, ofrecía bálsamos corporales
y consuelo espiritual a la población. Empero, ante tan dantesca catástrofe el
20 de julio se cerró el hospital de Triana, con los enfermos adentro...
La
idea corriente, era de que había llegado el fin de los tiempos, comentaban que
el mundo se estaba acabando, también hablaban del juicio final… En fin, era una
primavera sombría, donde la muerte estaba en todas las esquinas.
El
brote se dio oficialmente por extinguido hacia el último tercio de 1649 con la
llegada del calor seco, cuando la ciudad ya estaba despoblada y siempre con el
temor de un rebrote. Entonces, desinfectaron la ciudad tales como picar las
paredes de las casas o limpiar con vinagre, quemaron la ropa de los muertos y
trataron de eliminar la pulga.
Los
efectos de la peste fueron desgarradores a todo nivel. Después, en la próxima
centuria, Sevilla logró salir adelante y recuperarse de la hecatombe económica
que supuso esta peste y la gente volvió a reproducirse y a repoblar la ciudad.
…
Cada
primavera, tiene el don de ser única y llegar con su belleza singlar, pero, en
1649, la primavera aturdió a todos, causando una turbación perpetua…
Comentarios
Felicitaciones a la autora y a nuestra querida Revista Archivos del Sur
Saudos desde Perú.
Lucho
Gracias. Trataré de compartirlo en http://doradaslunasdelapatagonia.blogspot.com