Zapatos plateados - Araceli Otamendi

 


Zapatos plateados

                                       En homenaje al Día del actor y de la actriz

 

 Sobre zapatos plateados en las estelas del sueño salgo a caminar,

a encontrarme a solas con mis pensamientos.

Hay espejos rotos, pájaros, poemas, río, viento y nubes.

Encuentro un poema anónimo.  Hay quien busca a alguien que es canción

de cuna.

Camino, camino, me duermo en nostalgias. Bajo una montaña rusa a toda velocidad.

Mi mano sostiene una cinta que se agarra a otras, sufro el vértigo y abro los ojos.

Me refugio en una librería, la de siempre, y desde ahí miro la calle, entonces me veo pasar, soy yo la de antes, la chica que iba caminando rápido cuando salía a almorzar, la misma calle, la veo y  saludo, pero ella no me ve, se apura, tiene que volver a trabajar.

Vuelvo la mirada sobre la lectura, el pasado está ahí, pero vuelve, se va, lo dejo ir.

Más tarde, en otro lugar, mientras camino por un pequeño puente sobre las vías de un tren, una mujer y un hombre muy maquillados, pasan cerca, hablando en voz baja, parecen continuar una conversación interminable. Cada uno de ellos lleva un bolsito en la mano, como si llegara de un viaje, me pregunto adónde van, parecen actores de una obra que está por comenzar...¿y si todo fuera un sueño? ¿Y si yo no fuera más que la protagonista de un cuento que se reescribe una y otra vez? ¿Y si ellos fueran, como en "Instrucciones para John Howell" de Julio, los que están en el escenario y yo entrara ahí, de pronto y recibiera instrucciones? ¿Y si el escenario fuera el patio de una casa antigua donde viven ellos con la sola compañía de un pájaro? ¿Y si  ella estuviera a punto de dejarlo a él o él estuviera a punto de dejarla a ella? ¿Y si uno de los dos estuviera a punto de matar al otro? ¿Qué haría yo ahí en medio de ese drama? ¿Quien sería el encargado de darme las instrucciones? ¿Y si además en la casa viviera un hombre, un imprentero solitario que alquila una habitación y se dedica a espiarlos? La trama se podría complicar. Tal vez el imprentero estuviera ocultando algo, algo que no debía saberse pero la mujer o el hombre se han enterado y él también lo sabe. La mujer, ahora lo sé, se llama Ana, y el hombre se llama Nick. El imprentero se llama Orestes porque a la madre le gustaba ese nombre pero a él jamás le gustó, porque cuando lo decía veía el esbozo de una sonrisa en la cara del interlocutor. Nick va a matar a Orestes muy pronto, antes de este  divulgue lo que sabe y no debía saber. Y ahí en la escena, alguien me daría instrucciones para impedir el crimen, algo que aparecerá en los diarios al día siguiente.

Transcurre la tarde a toda prisa, sentada en un bar en la vereda, adentro estalla de gente, porque ahora sí se puede ir a un bar, veo llegar a una chica joven, con un vestido corto, de color plateado y breteles con lentejuelas y zapatos de tacos altísimos y pelo muy corto, entra rápido al bar, como si alguien la estuviera esperando ahí adentro. Más tarde, hacia la noche hay milonga y tango, ella parece una bailarina de tango, muy joven. Se ganará la vida así, pienso. O tal vez no. A lo mejor le gusta vestirse  como si fuera de noche pero de día.

¿Y si yo no siguiera más que instrucciones dictadas por alguien? Escribo como si alguien me dictara al oído: tenés que hacerlo, sos la protagonista, dice, y escribo.

Veo al hombre y a la mujer entrar a una casa que antes fue casa y ahora es teatro. Los dejo entrar, ahora forman parte del cuento.

Y de golpe empieza a soplar un viento fuerte, arrastra las hojas de los árboles, se caen algunos vasos y tazas, y el mozo intenta atajar todo pero no puede y me quiero ir, yo también, como todos los que estamos ahí, en la calle, en la vereda, antes de que las gotas que empiezan a caer nos empapen, y en eso nos ponemos de acuerdo, entramos todos al bar, a resguardarnos del viento y de la lluvia.

El escenario está preparado, la música empieza a sonar, y una voz joven, la de la chica del vestido plateado, canta una canción conocida, un  músico la acompaña. Afuera llueve y adentro cantamos.

© Araceli Otamendi

Comentarios

Nora Tamagno ha dicho que…
Leo todo lo que puedo, pero no todo lo que quiero. Hay lecturas que me gustan, otras que meinteresan, otras que me conmueven, otras que me atrapan y otras que descarta en la segunda página. Le que acabo de leer, me gustó de verdad.
Nora Tamagno ha dicho que…
Leo bastante, lo que tengo a mano. Leo todo lo que puedo y no todo lo que quiero. Me complace leer lo que me gusta. La historia me atrapó y me gustó.
Araceli Otamendi ha dicho que…
muchas gracias! Nora, por el comentario

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