Carlos Mario Mejía Suárez* - Adán y Acelia

 

Carlos Mario Mejía Suárez

*El cuento Adán y Acelia del escritor colombiano Carlos Mario Mejía Suárez resultó finalista con mención de honor en el Tercer concurso de cuento de tema libre "20 años de la revista Archivos del Sur"

Adán y Acelia

De repente él estaba del otro lado del retrato memorial, en carne y hueso aunque no pudiera ser. Acelia no se movió ni dijo nada. Esperaba que se fuera, que se diluyera en el aire como cuando por las noches se despertaba después de soñar con él. Pero pronto se hizo evidente que él no se iba a ninguna parte. Su rostro hizo finalmente un ademán y dijo: “¿No me vas a decir nada? ¿Acostumbras ver muertos?” Acelia dio un brinquito y se acercó al aparecido.

Repasó por su memoria la desaparición, el hallazgo del cadáver, su entierro. En las primeras semanas de la desaparición, ella había tenido esperanzas de que él siguiera con vida. Ahora volvía esa esperanza. El cuerpo había sido reconocido por circunstancias acaso manipulables. Las pruebas de que el muerto hallado era él estaban fuera de su alcance y comprensión… pruebas de ADN, reconocimiento dental. Su rostro, el que amaba tocar, se había reducido a piel en descomposición y huesos expuestos y chamuscados… todo bajo la pátina de un tizne oscuro.

Recordaba el disgusto de tocar un escupitajo en el barandal de un centro comercial, o el del barro en el que cayó cuando corría; disgusto incluso con cierta gelatina mal aglutinada que halló demasiado fácil de deshacer… pero no se comparó tal sensación con la que le produjo la solidez del muerto frente a ella. ¿Qué esperabas? ¿La inconsistencia de una ilusión? Más real que el retrato que miraba todos los días para hacerse recordar, más duro que su impulso en ciertas noches destinadas a satisfacer uno de los supuestos requisitos de todo ser vivo. Cumplió el nacer y el morir… pero ahora era… ahí, frente a ella, después de su muerte. Rápidamente pasó del disgusto a una sonrisa y una mirada como de embromada, y luego una especie de rabia:

– ¿Me has tomado del pelo todas estas semanas?

– No, de verdad estoy muerto, de veras. Me recogieron a la vera de la carretera y me pegaron en la cabeza y luego me quemaron vivo.

–Se te ve muy bien para todo lo que te hicieron.

–¿Tú crees? Gracias, siempre fuiste muy dulce.

Después de hablar un poco más, se fueron a comer a un restaurante mirador de La Calera. Allí, Acelia comenzó a preguntarle por todas las cosas que le hicieron. Él fue tan específico como pudo, no quería que ella se conmoviera con un recuento melodramático de sus terrores y dolores, que fueron muchos, pues a las almas piadosas que defienden a las víctimas del malo les tomó más de una semana la ejecución de su justicia. Fueron, pues, sus palabras muy técnicas… su sintaxis, impecable y la lógica de la secuencia, de una lucidez sólo comparable a las crueldades de la razón. Cuando se aproximaba al momento de la ejecución misma (dejando atrás las torturas en las pírricas uñas, los reemplazables dientes y sus inútiles pezones masculinos), el mesero se acercó con la carta que ilustraba con claras y apetitosas fotografías el amplio rango de platos ofrecidos a tan breve franja de clientela de entre el cinturón que, luminoso en la noche, se extendía a través de la estepa ya nunca, en ninguna noche, solitaria. Él lo miró con un desprecio de espada. ¿Qué me importa el especial del día? ¿Qué es? –Un delicioso cacerole de fruit de la mer en una salsa que es especialidad de nuestro chef. De entrée tenemos magdalenes salpicadas de semillas de amapola. –Uu! De lo que se saca la heroína, ¿no? El mesero lo miró con una sorpresa que quiso ocultar. Después de unos pocos segundos dejó deslizar la pregunta hacia el olvido y siguió ofreciendo ricos platos que acaso eran más apropiados en la boca de un francés de verdad. Todo se oyó lo suficientemente sabroso como para que él apresurara un pedido. Acelia interrumpió: No, a él no le traiga nada… él está muerto. No necesita comer.

– Cuando Dios dijo que hay que alimentar el alma, la verdad es que su intención era bastante literal–, aclaró él para sorpresa del mesero. Acelia hizo caso omiso y pidió para sí. El mesero se retiró con el pedido.

–En ti la comida se pierde, ya estás muerto–, dijo Acelia anticipando un reproche en la expresión del muerto.

–Nunca te molestó el desperdicio, ¿o es que van tan mal las cosas?

–Bueno, sólo me dejaste deudas y memorias alegres.

–Te sorprendería lo que se puede ganar vendiendo esas en el más allá!

–¿Cómo es Dios?

–Apenas así de grande.

–¿De veras? ¿Así?

–No… un poco más, como así… ¿ves la diferencia?

–No pensé que tuviera que ser tan preciso.

–Bueno, es Dios, con mayúscula.

–¿Hay con d minúscula?

–Sí, pero a ese no lo vi.

– Le preguntaste algo?

-¿De dónde sacaban el hielo cuando no había neveras?

–Bah! ¿Qué te dijo?

–No me dijo nada, creo que no sabía.

Y entre preguntas como estas, comienza a hacerse sentir el aroma del cacerole. Casi como él, palpable. Acelia comenzó a comer. Él sólo la miraba. De repente tomó el tenedor e incrustó en él un camarón que con prisa sometió a sus dientes. –Está bueno, dijo, y Acelia, desaprobando, replicó: “está un poco salado”.

–Bueno, la verdad es que no me sabe a nada.

–Así que es un castigo.

–¿Recuerdas cuando te dio esa gripa horrorosa al regresar de China?

–Ajá…nada me sabía ni me olía…

–¿Fue un castigo?

Acelia pensó en los pollos cuyas pechugas nacían para ella en las bandejas de icopor bajo la cobertura transparente del plástico estirado, tensado.

– A veces me parece que sí.

–Bueno… creo que a veces me parece que sí a mí también.

Después de cenar en el restaurante, fueron en el carro a visitar una pareja de amigos que no vivían lejos de la cien oriental. Ella condujo, por supuesto, porque él ya no tenía papeles, no podía manejar. Al llegar al edificio, en cuyo tercer piso vivían Raquel y Samuel, Acelia abrió su cartera y de un monedero desprovisto de su propósito original, sacó una argolla que era exacta a la que desde hacía siete años creaba un tercer nudillo paralítico a su dedo anular. “Yo te tomo”, dijo con sorna mientras Adán dejaba que ella extendiera su dedo para restablecer la unión. Se bajaron y tomados de la mano entraron al edificio y así siguieron hasta que Raquel se desvaneció al abrirles la puerta. Adán tuvo que evitar que su cuerpo de muñeca de trapo se retorciera en el golpe contra el piso de mármol. Samuel se asomó y siendo marido de muñeca de trapo, él mismo aderezó el desmayo con una aguda exclamación desvaneciente. Los sentaron en el sofá y los reanimaron con una breve inhalación de alcohol. Acelia se preguntaba cómo en medio de tanto Orfeo y Júpiter reproducido en esa sala, había tal reacción a un muerto escapado a carcelero y hermano. Y, de nuevo, Adán tuvo que aclarar que sí que estaba muerto y que era duro, no era un vapor ni una sábana blanca. Raquel seguía dudando. Samuel confiaba en la precisión científica de las pruebas conducidas al cadáver hallado para identificarlo. Raquel preguntó de dónde salía el cuerpo frente a ellos. “Que no es un cuerpo”, dijo Acelia para en seguida aclarar: “es su alma”. “¿Cómo va a ser su alma? Si el alma no es dura.. el cuerpo es duro… es materia”, fue la réplica de Raquel mientras tocaba a Adán. “Pero tenemos frente a nosotros la prueba de que el alma es dura”, dijo Samuel extendiendo las manos al muerto sin atreverse a hacer contacto de la forma que lo hacía Raquel.

Aún hablaron un poco más sobre la posibilidad o imposibilidad de estar hablando con un muerto, pero en menos de una hora ya habían comenzado a recordar los viejos tiempos, cuando al terminar la universidad iniciaron el negocio. Los fines de semana que viajaron a Melgar, el viaje a Cartagena con Saúl, la piel quemada que el muerto reprodujo en su alma dura con sólo recordar… y los matrimonios algo accidentados… la prosperidad. Y sí, alguien dijo prosperidad y todos se quedaron callados.

¿Qué era la prosperidad sino una posibilidad de futuro? ¿Qué es Adán sino la posibilidad del pasado?, pensó Acelia mientras Samuel trataba de remediar el silencio y la suerte de seriedad apremiante del momento llamando a Saúl para que se pasara a hablar con un muerto. ¿Me casé con él… con esta alma dura que puedo tocar? ¿Toqué al que Dios le dijo "no sé"? Su alma come y habla… ¿y para qué? ¿Es sólo una noche la que ha corrido desde que al otro lado del retrato lo vi? Veía por la ventana esperando la salida del sol. Buscó por la sala un reloj… sabía que en la boda ella había comprado a la pareja de novios uno de los de péndulo en una tienda de antigüedades. Entre un Pan con flauta y un Júpiter acosado por nubes ostentosas Acelia buscó la presencia del reloj que tenía que estar en la esquina, acariciado por una pequeña palma cuya presencia rayaba el vacío. El muerto contaba chistes y en un momento se le escapó un eructo que le supo a camarón… y sonrió diciendo: “Ahora sí me supo a algo, querida… se acabó el castigo”. Acelia sonrió y volvió a ver en la ventana el reflejo amarillento de la sala y ellos, en ella, moviéndose a través de las sombras; era en ellas donde Acelia encontraba las nubes que ya debían recibir los tonos amarillos del sol. Eran de un color azul oscuro, profundamente oscuro. Con el grito de Saúl al entrar, ella supo que iban a bailar y a beber mucho. Cuando la saludó, ella se dio cuenta de que él ya había comenzado la celebración. Saúl saludó al muerto sin problema de reconocimiento. Adán agradeció en lo profundo de sí tal reacción. Saúl, conocedor al detalle de las casas de sus amigos, sacó el whiskey junto a unos vasos y, lanzando carcajadas acompañantes de anécdotas, sacudió en la cocina las cubetas de hielo sobre una hielera. Volvió a la sala junto a Adán y sirvieron bebidas que jamás lo afectarían. Acelia vio con asombro la claridad del día asomándose a lo lejos, coloreando las nubes que antes fueran de un azul profundo. Comenzó a escuchar los sonidos de la ciudad mientras Adán y sus amigos recordaban su primer triunfo financiero… ella trajo a su memoria la imagen de los hombres y mujeres que, contactados en una feria de artesanos, habían puesto su fe, sus objetos y su trabajo en sus manos. El retrato conmemorativo de su muerto jamás había visto tales manos, sólo los dientes de una sierra y los sacudimientos organizados de una ensambladora. Ahora Adán sonreía frente a ella como en la fotografía. Saúl tenía nuevos clientes y por eso había estado celebrando. Pero si unas horas atrás hablaban de que Dios no sabía de dónde se sacaba el hielo antes de la electricidad, ahora Adán le recordaba a Saúl algunos procedimientos recomendables para que el imperativo del impuesto no fuera un universal. Samuel y Raquel bailaron mientras Saúl y Adán hablaban. Acelia veía.

–¿Vas a venir al asado el sábado? ¡Podemos darle a los campesinos esos un susto ni el berraco cuando vean al jefe muerto! Y puedes decir algo así como “nunca los abandonaré”… uuu…jajaja.

Raquel soltó una risotada y dejó caer el vaso con su mojito.

–No sé… –dijo Adán mirándola–Quería ir con Acelia a un sitio bien lindo… a un paraíso.

Raquel volvió a reír con estridentes resoplidos. Samuel no la soltaba… de hacerlo se desgañitaría y caería espasmosamente al suelo, como solía ocurrirle desde el matrimonio. Acelia dejó que esta situación la distrajera de la promesa de Adán, que en la inamovible seriedad adquiría matices literales.

–Vas a ver jardines florecidos, vas a oler el dulce de la sábila, vas a probar el jugo de una manzana que no se oxida.

Acelia lo vio de pronto… el sol tras él brillaba cociendo las nubes a su alrededor. "Pero las manzanas se pudren", pensó.

–Y luego volvemos a tiempo para ir a la oficina el lunes… y podremos ir a…

Acelia vio de pronto el reloj en la esquina del apartamento, sin la verde intervención de las palmeras. Nada más.

© Carlos Mario Mejía Suárez

 

Carlos Mario Mejía Suárez (Barrancabermeja, Colombia, 1978)

Carlos Mario Mejía Suárez por él mismo

Actualmente vivo en Minneapolis, Minnesota y trabajo como profesor asociado de  español en Gustavus Adolphus College. En 2010 obtuve mi doctorado en español de la  Universidad de Iowa. Aunque vivo en este territorio de inviernos y veranos extremos,  soy de Barrancabermeja, ciudad en el Magdalena medio colombiano.

Como académico, he presentado en conferencias y publicado múltiples artículos sobre  autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Salvador Novo, João Guimarães  Rosa, Pablo Montoya, Laura Restrepo, Alonso Sánchez Baute, Carolina Sanín, Evelio  Rosero, Roberto Burgos Cantor, Azriel Bibliowicz, entre otros. Además, en 2021 publiqué el libro Escrituras de lo diabólico. Retos de la alteridad en la literatura  latinoamericana moderna y posmoderna. También he contribuido a la iniciativa de  Primera Línea Académica/Colombia Syllabus, un repositorio de materiales de  enseñanza sobre las transformaciones sociales de Colombia en años recientes. Junto a  dos colegas de Colombia Syllabus co-escribí una entrada para el blog Critical Legal  Thinking, titulada "Politics in the Streets: Colombian People's Resistance to the State of  Exception." (URL: https://criticallegalthinking.com/2022/09/13/politics-in-the-streets colombian-peoples-resistance-to-the-state-of-exception/)

En 2022, varios colegas y yo comenzamos a reunirnos semanalmente para consolidar  un colectivo de creación artística y literaria, Prifmata. Este colectivo tiene como objetivo incentivarnos y apoyarnos unos a otros para publicar y diseminar nuestros trabajos.  Como resultado de estas reuniones, he publicado los cuentos:

- "Licantropía" en la revista Alborismos

-"El niño y el diablo" en la revista Primera página (URL: 

https://primerapaginarevista.com/2023/01/19/el-nino-y-el-diablo-cuento-de-carlos-mario mejia-suarez/) . 

Además, busco publicar mi novela Pesca en un cráter lunar, donde sigo  las historias de corrupción, de amor, de discriminación, de violencia y de represión que  giran en torno a una familia en una ciudad industrial en Colombia.

 

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