Aurora - Araceli Otamendi

 

foto: (c)Kim Bertran Canut

     El personaje es real, le he cambiado el nombre y algunas circunstancias de su vida, pero la mayoría de sus características son reales. Conocí a Aurora hace varios años por un tema de vecindad.Una mujer que ya tenía más de noventa años, se conservaba sana y lúcida. Después de la muerte de su marido, se quedó viviendo en la misma casa, sola. No había tenido hijos.Era una mujer delgada, bajita, la espalda se mantenía derecha y el pelo, que se teñía, era color castaño. Siempre estaba peinada. Tenía la piel tersa, sin arrugas en la cara  igual que las manos.

Los ojos eran oscuros y la mirada aguda, como si estuviera tomando examen.

Entre algunas conversaciones que mantuve con ella, contó que había sido profesora durante muchos años.

Cuando, por curiosidad quise saber cuál había sido la materia que enseñaba se negó a decirlo. 

- Eso no se lo digo a nadie, contestó.

Quise saber el motivo y ella dijo:

- Porque me usaron mucho y me cansé.

Era un buen motivo, pensé.

Sería por eso, tal vez que hablaba poco de su vida pasada, sin embargo algunas veces se refería a su infancia y a su juventud. De familia acomodada, según decía, su vida en una ciudad chica, de provincia, había sido bastante agradable, sin sobresaltos.

Supuse que había sido profesora de francés o de historia, era una mujer refinada.

Durante mucho tiempo ella misma hacia las compras de comida en los negocios cercanos.

Así, su vida social se limitaba a conversar con quienes la atendían durante las compras y a la visita de una sobrina de vez en cuando.

Poco a poco, acercándose más a los cien años, había dejado de ir a comprar por el barrio, a pesar de poder caminar  y su vida social se había ido cerrando.

Pero no se olvidaba de las personas que le vendían los alimentos: los llamaba por teléfono para conversar algunos minutos, varias veces por semana. Cuando en un negocio recibían el llamado de la mujer, era un viaje hacia el pasado, decían algunos emocionados.

Cada semana, Aurora esperaba la visita de la sobrina, que se ocupaba de llevarle los alimentos y todo lo que  necesitaba.

Rigurosa con el orden y la prolijidad, tal vez como lo había sido antes durante su trabajo de profesora, Aurora mantenía el departamento ordenado y limpio.

Además de mirar televisión y leer, tenía buena vista, Aurora miraba por la ventana desde donde podía ver la calle.

A ciertas horas del día se instalaba cerca de la ventana y miraba pasar a las personas que iban y venían, niños que iban a la escuela, perros que salían con sus dueños a caminar, autos que se iban, otros que estacionaban en la calle. A ciertas horas se inclinaba más hacia un lado de la ventana, por el que entraba más luz. Era como si la luz la atrajera como a algunas hojas y flores que se abren durante el día y se  van inclinando hacia abajo al atardecer.

Quién sabe qué es lo que pensaría durante todo el día ¿recordaría tal vez su infancia o su juventud?, ¿tal vez la vida de casada?, ¿o su vida de profesora? ¿recordaría tal vez a los alumnos? ¿qué tipo de sinsabores le había ocasionado la enseñanza para no querer hablar más del tema? ¿quiénes la habían usado? ¿cuántas vidas se podían reunir en una vida?

Había preferido olvidar, no dar detalles, circunscribir su vida al día presente, tal vez vivir el día consciente de que podía ser el último. Esperar la visita de la sobrina, con quien podía conversar. Y eso, tal vez, era lo único que podía esperar.

© Araceli Otamendi

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