La invasión - Cecilia Vetti
Desde mi cama
pude ver como pequeñas olas traspasaban los resquicios de la puerta e inundaban el piso encerado. Pude oler ese aroma
salado inundándolo todo, pero no me importó, hasta que me di cuenta que el agua llegaba a la biblioteca. Mis libros elegidos siempre estuvieron en algún lugar
del dormitorio, muy cerca del lecho, acompañándome.
Los ingleses,
quienes dormían en el último estante, estiraban sus manos de palabras
pidiéndome ayuda. Un idioma desconocido llegaba hasta mí. Todo era una babel de
palabras, confundiéndome. Traté de memorizar esas hojas amarillas
materializadas por algún traductor creíble, traté de divagar con los escritos y
llevarlos a zonas más altas. No podía levantarme, mi cuerpo estaba estaqueado
al lecho, bordeado de un mar infatigable. El acolchado permanecía seco,
como el respaldo tapizado. Me sentí
aliviada cuando pude ver todavía a salvo en el primer estante mis libros
preferidos. Ellos susurraban su desesperación, no podían morir otra vez como
sus autores, enterrados en algún lugar lejano. Cortázar trató de animarme con
sus cronopios y sus juegos literarios. Los poetas lloraban su abandono de
tiempo. Sor Juana clamaba su protesta de géneros. Cervantes y Joyce se
descubrían desnudos entre la niebla, Borges se apretaba al después con ironía,
Youcenar temblaba abrazada a Adriano. Yo me sentí cansada de tanto pensar en
esos nombres olvidados, en las metáforas y las intrigas que se escondían en las
sombras y en ese fluir de conciencias que todavía me perturbaba. Ellos, que lo
eran todo, podían desaparecer en cualquier momento, ahogándose con un asombro
de espumas. Comencé a bajar por una escalera que daba a la playa, tan
solitaria, tan íntima. Y fui cayendo en una sinrazón de palabras y sales sin
que ningún grito ronco saliera de mi garganta, cerrada a todos los gritos.
Cuando me
desperté, ya las aguas se habían retirado, calladamente, como si nunca hubiesen
usurpado un espacio, contaminado mis libros y llenando de azaroso estupor mi
noche. Los libros del último estante inexplicablemente conservaban su
esplendor. El brillo del piso era una certeza. Todo volvía a ser como la noche
anterior.
Comprendí que
nunca más debería dejar a las aguas entrar en mi mundo. Tendría que aprender a
nadar para salvarlo.
Cecilia Vetti nació en el barrio de Boedo en la ciudad de Buenos Aires pero hace 60 años que vive en Banfield. Su universidad literaria fue estudiar en los talleres de Mirta Arlt y Mempo Giardinelli junto con los que después fueron famosos escritores. Pertenece a la SADE de Lomas de Zamora. Dicta un taller Literario en el Teatro Ensamble de Banfield desde hace 12 años.
Comentarios