Noche de brillantina y neón - Araceli Otamendi

 

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Es una noche de brillantina y neón, pensaba al caminar por ese barrio que ahora llaman Palermo Hollywood.

Vidrieras iluminadas, colores estridentes en las luces, en las vidrieras,  rojo, azul, violeta, verde, naranja, amarillo, el pensamiento puesto en la obra que iba a ver. Caminaba rápido, miraba las personas sentadas en las mesas afuera, disfrutando la noche cálida, seguramente una de las últimas de ese otoño tardío en Buenos Aires.

Entonces vi su figura, sentado en una mesa, al lado de la ventana de un bar.

La expresión seria, como siempre, el pensamiento puesto quién sabe dónde, un libro al lado, una botella de agua, no le gustaba el alcohol, al menos a cierta hora.

Es él, pensaba, pero no puede ser... Porque hace tanto tiempo...

Sin embargo estaba ahí, sentado, pensando, como siempre, me detuve unos segundos, no parecía ver.

¿Y si todo fuera un sueño?

No cedí a la tentación de entrar en ese lugar, caminaba cada vez más rápido, atravesaba las calles, llegar al teatro, entrar en la magia de la representación, olvidar por unos instantes lo que había visto.

¿Y después? 

En el teatro mientras esperaba para entrar había un hombre de apariencia extraña, vestido de negro, de traje, usaba unos zapatos puntudos como su cara, también extraña. Usaba el pelo atado hacia arriba rematado en un rodete. Parecía más bien un funebrero. El hombre miraba constantemente el reloj y el celular, parecía esperar a alguien.

Pero ese alguien no llegaba.

¿Esperaría a una mujer? No lo sabía.

Se mostraba impaciente, como si algo, estuviera a punto de explotar, ¿una relación? ¿una invitación que no fue? ¿un compromiso que no se cumplió?

Me atrevería a seguir pensando que era él quien estaba en el bar. ¿Y si hubiera sido?

¿Cómo volver a casa sin saberlo?

Después de la función, una verdadera disputa de personajes en el escenario, por momentos, pero por otro lado todo era comedia y drama, farsa, salí del teatro, elegí un camino distinto para volver a casa, la calle desembocaba en una avenida casi sin personas que la transitaran, sólo autos. Y luces de neón.

Caminar por esa avenida, a esa hora, era temerario.

Volver por el mismo camino, y encontrarlo o no, elegir, siempre debería elegir un camino.

Y lo hice, caminaba rápido, en eso lo vi cruzar la calle, la misma expresión seria, como si tuviera que volver obligatoriamente a algún lugar, como todos lo hacemos. ¿Siempre estamos volviendo hacia alguna parte?

No hubo tiempo de cruzar, de intercambiar una palabra, iba por una calle lateral rumbo a la avenida solitaria poblada tal vez de fantasmas, de recuerdos, de sueños que se esfuman apenas despunta la mañana.

©Araceli Otamendi

Ciudad Autónoma de Buenos Aires


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