El accidente Al cumplir dieciocho años, mis padres me permitieron ir al café de la esquina. Ansiaba amanecer bebiendo ginebra, sentado a una mesa de madera llena de arañazos y leyendas de otras épocas. La mesa por la que habrían pasado tantos solitarios. Aquel primer día leí con devoción las letras de tango escritas en las paredes y miré en detalle las fotos de los cafés más famosos de Buenos Aires . Así empezaron los años anteriores al accidente. El café me atraía, pero despreciaba a los viejos alcohólicos, blancos, gordos, como enormes peces muertos que jugaban al billar, bebiendo copa tras copa y ocultando sus vientres enormes debajo de camisas descoloridas. Yo me asomaba desafiante a la vida. A través del ventanal, esperaba el vuelo del gorrión en la vereda; escuchaba los pregones de los vendedores de periódicos; anticipaba los camiones de la basura y los policías que cambiaban de ronda. Solía deleitarme con imágenes de mi futuro. Aunque había abandonado tres carreras, ten...