Eva Jungman de Abadi
La venganza
“Porque no es verdad que el tiempo
cure todas las heridas.”
Stig Dagerman
Como todos los atardeceres, Juana volvió a la orilla. Sabía que el viejo estaría, exactamente donde ella lo había dejado. De cara, frente al mar.
Caminaba lento, disfrutando de la textura incisiva de la arena en sus pies. Pensó en lo curioso de aquella conjugación, en la extrañeza de sentir dolor y placer a la vez. Y pensó en lo que vendría.
Estaba. El viejo estaba. Y la miraba llegar.
Con movimientos estudiados, Juana apoyó la túnica y su traje de baño sobre el toallón descolorido. A pesar del rumor del agua, oía a los niños de la familia. No podía verlos, pero los imaginaba: corrían y gritaban entre los pinos. Eran muchos. Los hijos de los hijos de los hijos...
Y recordó a sus primos y hermanos corriendo y gritando igual que ellos, esa tarde en que su abuelo todavía no era un viejo y ella todavía no era una mujer. Y el olor a alcohol. Y el cielo