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Mostrando entradas de 2016

Piezas de ajedrez - Araceli Otamendi

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piezas de ajedrez encontradas en una vidriera (c) Araceli Otamendi  El poeta ciego escribe el poema, sabe que Dios mueve al jugador y éste la pieza.(*) ¿Qué juego de ajedrez traerá el nuevo año? ¿Dónde estarán los peones, dónde la reina? ¿Las torres? ¿el alfil? ¿caballo? ¿rey? ¿Qué juego nos depara la suerte? ¿piezas blancas, piezas negras? El destino sabe - pero no lo dice - Dios sabe. ¿Qué niños con máscaras pintadas de colores aparecen en la noche? ¿quiénes son? ¿Qué lugares inhóspitos habré de recorrer una vez más? Deambulando, la oscuridad se achica al límite. Camino por ahí, piso papel picado, serpentinas azules, violetas. Húmedos papelitos, pisoteados también. Hay que dejar salir el agua, para que todo seque, se escurra, se vacíe, el agua se irá alguna vez. La suerte está echada en el tablero de ajedrez, las piezas se mueven incansables Durante un segundo, parecen mirarme, serias, calladas, tal vez al acecho. Será inútil interrogarlas, desconozco el juego. Sola,

La muertita o la novela que (fragmento)- Susana Szwarc

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Susana Szwarc tapa del libro La muertita o la novela que-  editorial La mariposa y la iguana                                                 Se te ve cabizbaja, le dijo un vecino y la muertita hizo una inclinación con la cabeza. Ya empezaban a darse cuenta, no del todo pero sí de algo. Un olor a tristeza iba segregando y quedaba la segregación por el aire por el piso. La muertita estornudó, para su sorpresa. No había supuesto eso. Tendría que cuidar los detalles. Tendría que aprender. La muertita comenzó a viajar, pensó que esa era una forma de distraerse o mejor, de entretenerse. Se aburría, había aprendido que ese estado -el de muertita- era fatigoso sobre todo por el aburrimiento. Tomaba el subte en cualquier parte, llegaba al final del viaje, cambiaba de vagón, llegaba a una estación cualquiera, volvía a cambiar de vagón. Hasta el último tren. A veces salía a la calle pero prefería los subsuelos. Vivir en el subsuelo. Dormir en el suelo, dormirse y, después

Duendes mágicos - Erasmo Sondereguer

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                                                                                                                                                                    foto:(c) Revista Archivos del Sur - victrola, fotografía tomada en Museo Casa de Carlos Gardel (Buenos Aires) Duendes mágicos, sin silencios tristes. Surgieron sin ser vistos, en ese infierno descomunal y bárbaro. Invisibles, se introdujeron veloces en la máquina incendiada y rescataron ese cuerpo, que las llamas incontenibles estaban devorando. Lo lograron sacar, haciéndolo invisible como ellos. Lo llevaron a su guarida, en las entrañas terrestres. Lo depositaron en una cama oval, sobre un manto intensamente rojo. Y lo contemplaron allí, tendido boca arriba. Parecía dormir. Ojos blandamente cerrados, labios entreabiertos. Su rostro se veía afectado  por el fuego, en diferentes sitios. Gran parte de su cuerpo también estaba quemado. Sumieron al hombre en un profundo sueño y como el mejor equipo médico, lo despojaron de

Trenzas - (fragmento) - Susana Szwarc

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Susana Szwarc (Buenos Aires) La escritora Susana Swarc ha publicado recientemente la reedición de su novela "Trenzas". A continuación se publica un fragmento:   Trenzas (fragmento) Se acercó a la ventana. ¿Llegaría hasta ella el aroma de la tierra mojada? Esperó. Esperó hasta el momento en que las gotas empeza ron a desparramarse lentas, suaves. Entonces, cerró los ojos para escuchar el ruido que aumentaba. Y cuando se largó el chaparrón, ella entró en la lluvia. Hasta que la lluvia se calmó. * Demasiado calor. Ni una sola nube en el cielo. La mu jer cruza el pueblo en la hora de la siesta. Los finos tacos de sus zapatos marcan la tierra.   Va absolutamente vestida: zapatos, medias, vestido de flores y hasta un pañuelo cubriendo del polvo sus lar guísimos cabellos. * Había descendido del tren porque creyó reconocer ese pueblo, como si alguna vez, antes, hace mucho, lo hu biese mirado. Por ejemplo, sería un lugar llano, seco. Después del largo r

Estoy aquí - José Respaldiza Rojas

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     A un cuarto para las ocho, Elvira bajó del segundo piso y se dirigió, como todas las mañanas, al cuarto de la tía Georgina, le extrañó no oír los gritos de levántenme que a diario se pronunciaba. Grande fue su sorpresa al ver el cuarto vacío, parpadeó varias veces, efectivamente no había ninguna persona, entonces corrió a la sala-comedor y su sillón también estaba vacío, fue al baño, en la creencia que hubiera ido para hacer sus necesidades, pero también permanecía desocupado. Llamó a gritos a sus hijas Alionca y Cinia, quienes acudieron con presteza y preguntaron: -Mamá ¿qué pasa? -La tía no está – les respondió. -Eso es imposible mamá, seguro no has mirado bien. -Vayan, vayan a ver. Fueron y se quedaron impresionadas, la tía se había esfumado, desapareció como por arte de bilibirloque. ¿A dónde se fue? La emoción fue tan grande que no hablaban entre ellas, más bien gritaban por efecto de los nervios, en eso una voz habló y no fue escuchada. La voz

Espejo del alma - Dolores González Opazo

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Toda la noche había llovido a cántaros, el viento soplaba con fuerza , ululando por entre los recovecos y el barro del callejón. Los truenos y los relámpagos no me habían dejado dormir en toda la noche, lloré con la cara metida bajo mi almohada de lana de cordero, para no escucharlos, sin embargo con cada tronar, mis lágrimas volvían a brotar. Mi abuela al parecer estaba en las mismas, porque cada vez que asomaba la nariz por debajo de las sábanas, la veía sentada en la cama con su rosario en la mano y en algún momento seguro, silenciosamente se había levantado, porque de entre las cenizas del brasero del comedor salía un delgado hilito de humo, que se disolvía entre las murallas del caserón; eran ramas secas de olivo, de esas ramas benditas de semana santa, que según ella nos protegerían de esas inclemencias del tiempo. Ya en la mañana tipo siete, los truenos silenciaron en su tronadura y con voz asustada aun le pregunté a la abuela: -¿Mamita ya se fueron ? - - Siii niñ

Campos de lluvia - Araceli Otamendi

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Íbamos a mucha velocidad, él conducía. Primero por calles asfaltadas hasta salir de la ciudad, luego, el auto se desplazaba por la autopista, corría. Edificios, carteles llamativos, luminosos, luces encendidas en la neblina. Un día de semana lleno de ocupaciones, de trabajos, obligaciones, llamadas telefónicas, mensajes, sms, timbres, personas, autos, colectivos, trenes, aviones, barcos, lanchas, ¡cuántas cosas! ocupaban nuestros días. Éramos jóvenes, muy jóvenes cuando salimos a la ruta, ¿a cuánta distancia estamos? pregunté. Pero él, apurado por llegar a destino, aferrado al volante, no me escuchaba, entonces yo miraba a través de los vidrios del auto los terraplenes, el tren en las vías casi paralelas a la autopista, después cruzándose, con las caras de las personas, pasajeros asomados también contra los vidrios de las ventanillas. Eran caras ajenas, con la pereza despejada de los rostros que se disponían a llegar al trabajo. Ya era la media mañana. El cielo gris se h

Parafraseando Réquiem por un mundo desfallecido - Javier Claure Covarrubias

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Javier Claure C. Tío de la mina ilustración de Sandra Berg Mozard Todo era transparente a mi alrededor. Yo estuve en el vientre de mi madre nadando en el líquido amniótico durante varios meses. Yo era rebelde desde mi gestación. A veces me daba vueltas como un astronauta. Otras veces, me desplazaba hacia la izquierda provocando una leve punzada. De pronto llegaron las contracciones, mi madre pujaba con fuerza y lágrimas caían por sus mejillas. Finalmente rodó la envoltura, y llegué a este mundo de alegrías y de dolor. Yo nací en un lugar en donde las palliris, a la intemperie, martillan y martillan las piedras como Penélopes del altiplano; para encontrar el dorado de sus sueños. Pero en el dobladillo de sus polleras encuentran las cruces de su existir. En ese mismo lugar misterioso, plateado por el estaño, sale el Tío de la mina, todas las noches, con su farolito rojo amarillo verde. Corre por la calle Junín, y cuando llega a la altura donde se encontraba la cruz verde grit

El hombrecito de la fortuna amorosa adversa -Facundo Yedro

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Facundo Yedro   En la ciudad de Agranama, en los tugurios de mala reputación suele recordarse, con cierto aire melancólico la historia del matemático Gentile, el hombrecito de la fortuna amorosa adversa. Según cuentan, la tragedia del amor solo incurría, irónicamente, luego de un beso. Como un desatino cruel, cada ósculo acompañaba el dramatismo del olvido permanente. En ciertas ocasiones, la madrugada lo encontraba retirando su boca de alguien que no recordaba quien era. Y las muchachas entre sollozos y lamentos creían que aquel padecimiento no era más que una indecorosa puesta en escena para no incurrir en los miserables actos de encuentros persistentes. En el barrio, el deseo de mantenerle oculto aquella afección había sido siempre la principal tarea de su familia. Concluían que la ignorancia siempre atrae la dicha y, como contraposición, lo que se nos revela solo ocurre para acercarnos un poco más al infortunio y la desgracia. Por ello, solo se remitían a ofrecerles respue

Recaló en Buenos Aires - Araceli Otamendi

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                                  "Hay que ayudar al poeta"                                         Armando Buscarini La tarde de un bochornoso 12 de febrero, de un año del siglo XXI, entré a un bar de la Avenida Paseo Colón. Había un sol rojo en el cielo y nubes blancas con formas de animales, hacía demasiado calor para andar por la calle. Me senté cerca de una ventana, y puse los tres libros que traía, en la mesa. Uno de ellos, era de Armando Buscarini, el poeta bohemio y pobre que había sido concebido en Buenos Aires, hijo de una mujer española que había venido a buscar suerte a esta ciudad y un marinero italiano de apellido Buscarini, al que jamás había vuelto a ver. La camarera que atendía las mesas, una mujer joven, bonita, de pelo y ojos oscuros, vestida con pantalones negros, remera y un delantal rojo y negro, se acercó a la mesa. Pedí un café cortado y una jarra de agua con hielo. Ella miró los libros y sonrió. Hablaba con acento castizo,

El velorio del angelito - Dolores González Opazo

El velorio del angelito   A Laurita     Tenía siete años cuando a mi familia llegó un nuevo integrante. Pequeñito con un mechón de cabello que caía sobre su frente, ojitos muy negros como dos brillantes aceitunas y de largos deditos que sacaba por entre los orificios de su blanco chal, tejido delicadamente por las manos de mi madre. Siempre estaba muy calentito y yo me pasaba las horas contemplándolo arrodillada al costado de la cama, tocándole con la punta de mis dedos sus manitas, y mirando esas margaritas que se hacían en sus mejillas al sonreír. Yo vivía con mi abuela algo alejada de la casa de mi madre , por esa razón contaba los días con ansias marcando el calendario, para que llegara el fin de semana pa partir y contemplar a la guagüita nueva, esa que había alegrado la gran casona con su llanto desde su llegada. Su olorcito a esa crema de guagua y su piel suavecita y tibia, me llenaban de un gozo inexplicable y podía estar a su lado contemplándolo , sin apenas respirar,

Cita incierta - Maritza Morales Valero

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Cita incierta Bella Habana, rodaba en tu madrugada de noches insomnes. La alejada quietud me extraña. Unas luces de oro y plata, iluminan el muro que retiene a las olas. El guiño del faro de una añeja fortaleza avizora mi llegada. Mi lente retiene la mar, siempre para mí la mar, inunda mis ojos, arde en mi piel. Una llama perenne temblorosa en las aguas cruza la bahía, tiñe el alba de negro. Barcos dormidos dibujan el espejo, los olores de las aguas son diversos y los hoyos sorpresivos me despiertan. La cortesía se empeña en ser hallada, más la prisa del día no la encuentra. Un parque funerario nos acecha con sus muertos de esperanzas y de sueños. Oradores marcan con un sello y un silencio espontáneo avergüenza. Bella Habana incomprensible. Una fila interminable de cabezas reclinadas, soldaditos de ilusiones entre pliegos pre pagados. Ser tozudo en este instante no coopera y sumisos los ojos se acumulan en las rejas añorando que aparezca el elegido, sortil

Sopas de mi recuerdo *- José Respaldiza Rojas

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Ahora que Gastón y Mistura han puesto a nuestra gastronomía a nivel mundial. Quiero rescatar un plato muy poco promocionado: la sopa No soy cocinero aunque se cocinar ya que mis padres concibieron sólo hijos varones y debido a ello nos fue menester aprender a cocinar, barrer, zurcir, lavar, planchar, conocer los diferentes tipo de carne de res, reconocer si es fresco el pescado que adquirimos en el mercado. Debo confesar que el cocinar no es algo de mi preferencia, mis dos hermanos, Luis y Alfonso – fallecido- lo hacen con maestría, por eso mi aporte será literario. Cuando los niños dicen algunas incoherencias, los adultos meneamos la cabeza, esbozamos una sonrisa y decimos, pera nuestro adentro: Que les podemos pedir si son niños, pero los adultos también tropezamos con la misma piedra y nadie dice nada, así es como debemos entender que bauticen como sopa algo que sabemos no es sopa. En este recuerdo hallarás sopas que no son sopas, entonces sonríe y di: Son cosas de los ad