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Mostrando entradas de julio, 2009

Stella Maris Taboro

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Un mundo distinto Un ángel malo pretendió cerrar todas las puertas de los sueños de Luis. Él era pequeño, muy pequeño en todos los sentidos.Anduvo por las calles como un alondra escapando del peligro, despertaba cuando el sol le arañaba los párpados, allí debajo del puente. Siempre se enredaba con la soledad. No recordaba ,desde cuándo la calle era su casa, sólo estaba convencido que había nacido un día en que las cascadas dejaron de fluir y el cielo dejó de ser celeste. Fue en el preciso momento que su llanto primero cayó como rayo partiendo todas las horas .Desde entonces fue rodar y rodar,hasta el día que se prendió al vientre de una paloma y aprendió el lenguaje de las aves. Ya no tenía angustia y hasta podía sentir el suspiro de los ángeles en la boca de las generosas auroras . La serenidad del espacio se le había impregnado como alga milenaria. En el fondo de lo infinito fue agrupando las perlas, nacidas de las lágrimas evaporadas desde los ojos del mundo y construyó un castillo

Araceli Otamendi

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Sin palabras en Homenaje al Día del Periodista Así me sentía, así estaba: sin palabras. El auto pasó a buscarme a las seis. Sí, a las seis. Era un remise alquilado, dispuesto para mi a las seis de la mañana. ¿Qué iba a hacer entre las seis y las once, cuando llegara el avión? Llevar las revistas a las radios y a los canales de televisión. En eso había quedado con él. Si salía bien, festejaríamos con champagne. Si salía mal, tal vez comeríamos un sándwich en algún lugar. El avión llegaría a las once, había que ir a Ezeiza. Esperaría una hora, tal vez hora y media antes, aburriéndome en el bar hasta tener la confirmación del horario. Mientras, camino al aeropuerto el conductor me contaba su drama; su mujer y sus hijos estaban lejos, de vacaciones, en la playa. Cuando ella llegara, porque no la veía hacía dos meses se iba a separar. Para eso había hablado ya con un abogado. Ella no sabía nada, los hijos tampoco. ¿Qué disparate se le había ocurrido? No podìa estar lejos de ella tanto tiemp

Gloria Dávila Espinoza

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Los blancos heraldos de Sigmund Freud Las amplias mamparas de la habitación, dispuestas una frente a otra, permanecen intactas, sus vitrales pincelan una densa vegetación; evidenciando que allí sí la vida abunda. Los compacts disk de Raúl García Zárate, Astor Piazzola, Mozart, Paganini y tres libros de Juan Rulfo, Bertold Brecht y Oscar Lucio Colchado; reposan sobre el pequeño velador de noche, en donde una rústica lámpara permanece encendida; dejando entrever una feroz pugna con la luz del día al rescate por la primacía de saber quién es más hercúleo. Frente a ella y sobre la consola de caoba, al lado izquierdo de la ventana -que colinda con la pequeña sala de estar en donde suelen mantener interminables charlas sobre literatura, política, religión- expone desperdigados un par de lápices de dibujo gastados, un polvo compacto con la cobertura abierta, una crema de noche, y un frasco de perfume que deja escapar un aroma de orquídeas. Aquél que dijo haberlo adquirido en una

Silvia Loustau

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El huésped No recuerdo el día exacto en que llegó a casa. La casa grande, cerca del río, en San Isidro. Con mi hermana lo empezamos a presentir. Suponíamos que lo había traído papá. A veces creíamos que lo habían dejado abandonado en el jardín. Pero depuse se impuso, como un huésped más , de tantos que venían a casa . Se impuso cuando cerraron la puerta del cuarto de servicio, donde había un amplio placard dentro del que mi hermana y yo jugábamos a la cueva secreta. Ese cuarto en el que Sofía, de apenas cuatro años, pintaba con crayones, mientras yo leía historietas. Al principio no supimos qué era. Imaginábamos un duende silencioso, acechando; acechando tras alguna puerta. Nuestra vida parecía normal. Lo único que nos diferenciaba de otros chicos era la cantidad de tías y tíos que solían pasar algunos días en casa. Cuando ellos estaban algo caminaba por la garganta de los mayores. Susurraban en vez de hablar. Se encerraban a conversar, y si de pronto mi hermana o yo entrábamos se hac

Juan Sebastián Ferrón

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La carta Cada mañana me levanto pensando que quizás encuentre una carta en el buzón. Pero no una carta cualquiera, sino "la carta". La misma que esperé toda mi vida, por la cuál soñé cada noche, imaginándola tibia, recién elaborada, con el roce de esas manos de la seda. Puede que tal vez, llegara con algún resto de colonia, de esas que hacen lagrimear, o con alguna que otra huella implantada a raíz de una lágrima en fuga. Lo cierto es que aún espero, y pienso en el mañana, porque cada día me levantaré pensando que ayer pensé, que quizás encontraría la carta. Ni el cartero, ni el olvido, ni la cantidad de sobres que desbordan el buzón para dejar sitio alguno para la carta, absolutamente nada, pero nada, me hará perder de vista el deseo que rompe en mí, esperando ese fino papel, amarillento tal vez por el pasar del tiempo; pues si a mi puerta llegara el mar, una botella con la carta sería más factible de encontrarse con mis manos y satisfacer mi deseo, pero pienso en la inmensa

Lidio Mosca Bustamante

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Alcamor - Cartas de Viena 6 (fragmento de novela) Nota del autor: Aclaración: Los sucesos históricos están a veces cubiertos por el manto de la inexactitud. Se precisa que el tiempo pase para que la revisión de los hechos permita acercarnos a la verdad. Esto sucedió con la corona del Imperio Austro-Húngaro y la historia de la famosa familia del Kaiser Francisco José, la emperatriz Sissi y su hijo Rodolfo. Recién alrededor de 1980 se hizo luz en la vida de estos personajes históricos que vivieron, bien o mal, en un tiempo de grandes cambios y verdaderos maremotos que afectaron sus destinos. Esta novela se trata de una familia argentina exiliada en Viena, que trata de adaptarse en un país que se debate entre la herencia monárquica y los deseos de permitir el desarrollo histórico y cuida con celo el equilibrio entre el pasado, el presente y el futuro. La caída de la monarquía austriaca y su final trágico son el telón de fondo para la historia de la familia Moroni. El final de la hi

Jon Gallego Osorio

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Antonio Azul Era un día muy soleado y hermoso, lleno de verdes olores y alegres mariposas. La tierra se expandía generosa ante los ojos de Antonio azul un niño de corta edad que salió una tarde de su casa a caminar. Al cabo de un rato de vagar por ahí se topó al alfarero, un sabio, que según contaban, bajaba de la cima del mundo de cuando en vez; A enseñar sus secretos a quien los supiera encontrar. Antonio al verlo, supo de inmediato que esa era su oportunidad y al momento empezó a preguntar. Alfarero ¿qué debo hacer para vivir a plenitud? El alfarero mirando fijamente al muchacho y descubriendo con su perspicacia que no existía maldad en él, de este modo le respondió sin vacilar. Debes tomar lo que se te ha dado y disfrutar del conocimiento. Dijo serenamente el alfarero. ¡Pero cómo! Exclamó Antonio. Sigue tu instinto y encontrarás la huella. Y si no la encuentro. Dijo Antonio. Entonces… toparás la puerta del laberinto eterno. Replicó seriamente el alfarero. Y todas las fragancias

Nora Tamagno

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Desentrañándome No soy intrépida ni aventurera, aunque suelo volar e incursionar por el espacio como un genuino recurso de mi mente. Tal vez es una contradicción ese doble sentimiento de evadirme por el cosmos y a la vez, saberme contenida en un sitio invulnerable y conocido. Necesito de certezas más que de incertidumbres, aunque las certezas sean ficciones. Me espanta la inmensidad, el mar abierto, prefiero naufragar en tierra firme, anclar en puertos seguros, recluirme en una torre o estar a salvo en mi propia habitación. Necesito proyectar, aunque el futuro sea incógnito, pero de todos modos, quiero imaginarlo tal como lo ansío. Me resisto a que me confisquen la ilusión y la alegría. Necesito saber adónde voy, aunque desconozca el camino, porque es fácil perder el Norte a la vera de los sueños. Me gusta irme, pero saber que regreso, porque amo a mi ciudad, aún vacía de gente, silenciosa y apagada. Amo mi ciudad porque es mi historia y no concibo vivir en otra parte. Me gustan los su