Mafalda Muy pocos conocían su nombre, para todos era simplemente Mafalda. Un querubín sonrosado: todo su rostro era una sonrisa, entre angelical y traviesa; Sus diecisiete años estaban invadidos de ternura, picardía, responsabilidad. La responsabilidad se manifestaba en su preocupación por los estudios, su solidaridad y honestidad con sus amigos, y su constancia en la militancia. Esta, la militancia, tenía para ella, formas particulares. Tenía absoluta conciencia de la atracción que producía entre los jóvenes, militantes o no. Más allá de su rostro, verdaderamente hermoso: de su cuerpo, armonioso, detonante, sin llegar a la exuberancia: toda ella, su manera de andar, su mirada franca y penetrante, su risa, (una catarata de sonidos); su modo de demostrar afecto, entre inocente y perverso; todo, era una tentación difícil de ignorar. Usaba sus encantos, para sumar o asegurar militantes a su organización. En concreto, los enamoraba, los incorporaba y los dejaba. Eso sí, dulcemente, para qu...