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Elena Ortiz Muñiz

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Mi amigo el mimo Al llegar a casa me recibe con el rostro pintado de blanco; la sonrisa roja dibujada en su cara -una sonrisa que en ocasiones se me antoja tan forzada como mi existencia- pero sonrisa al fin; debajo de los ojos negras manchas; las cejas oscuras delineadas en perfecta curvatura, y sobre su cabeza, ese gorro deforme de color inexistente decorado con una despeinada y vieja pluma de ave en color bermellón. Es Étienne Decroux, gran actor y mimo francés…y mi único compañero en la vida. No es imprudente, es muy discreto y me escucha sin reproches. No tiene nada que ver conmigo…aparentemente. Yo soy un tipo rígido, tímido en lo personal, pero duro en lo profesional, incapaz de tener una relación estable, sin familia ni perro que me ladre. A pesar de todo vivo tranquilo conviviendo con el buen Decroux, converso con él, le cuento mis planes y a veces, solo a veces, salgo a la calle, y como él, personifico mi propia pantomima dramática. En esas ocasiones, me hago acompañ...

Abel Espil

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La Margarita                        dedicado a Sara Owenn de Pistocchi La conocí de niño a la Tía Sara Owenn--hija de Galeses- . Le compraron a mi madre, una pequeña casa con un extenso parque, pocos árboles y ninguna flor. "Ya llegará el pájaro con una semilla en el pico y elegirá algún lugarcito" Siempre la Tía repetía estas palabras. Llego el día . Al fondo, en el medio del parque,creció lentamente una margarita. Era verano. Algunos de los chicos, asesorados por la Tía Sara, le poníamos -- al no tener sombrilla -- un enorme paraguas negro, que la protegía del fuerte sol. Al llegar el otoño, le cortábamos todos los pétalos, esperando los fuertes vientos. Con la primavera se puso hermosa, grande, erecta y muy blanca. Siempre estuvo en el mismo lugar. La Tía ,con un mate en la mano se acercaba por las mañanas a ella, se secaba la mano izquierda---en un delan...

Amanda Pedrozo Cibils

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Amanda Pedrozo Cibils en las III Jornadas de Mujeres Escritoras en San Pablo, Brasil (2010) Eclipse -El ojo de Dios -dijo, mirando el sol rojo que sorbía las sombras, aún aquellas sedosas de los ojos de ella, su único amor que también sería el último (porque los vaticinios). Era tan fácil subir así los peldaños de piedras, con ella respirando a su lado como los pájaros, iluminada por las antorchas de aceite y él podía ver a refilones la piel rojiza y el sudor de su amada llorando sin sufrimiento entre los arañazos de fuego y la fascinación de los hombres, esa muchacha de caricias adivinadas que duraban más allá de la piel y que, ahora sí, en medio del sopor y el delirio del sagrado brebaje cantaba como una niña estremecida y sexual. Cuando el sol rojo se tragó de un soplo todas las sombras y ya era sólo un anillo de oro en la oscuridad el pueblo suplicó de rodillas al ojo de Dios y el aullido llegó hasta las caderas vírgenes d...

Liliana Heer

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 Liliana Heer  Hamlet & Hamlet  (fragmento) Aquí estoy padre, sin barba y con la cabeza descubierta, intimidado por no llevar sombrero. La moda y la moral esparcen huellas, expresan el intento de confinar antagonismos. Más aún, el juego de las estaciones prolonga sus contornos fundiendo pompas con ruinas. Make me a mask. Acabo de llegar y no por barco, lo digo solamente para verter algún contraste. Nunca se te hubiera ocurrido abandonar Elsinor, lo que equivale a oír: Nunca habría dejado estas tierras para buscar a nadie. Los aparecidos no son grandes viajeros, permanecen unidos al dominio, merodean, se esconden, vigilan. La corporeidad de los objetos penetra en ellos poco a poco, convierte el paisaje en origen, prolegómeno de un destino manso, inexorable. Como si la esencia de lo propio fuese un gigantesco ombligo que hace girar la escena del mundo en las manos, y el ímpetu de posesión permitiera recortar inquietudes, expandir las ansias mutiland...

Magda Lago Russo

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El hijo pródigo Ella piensa que no importa la edad, siempre debe haber una caricia que escape de las manos para esconderse en los cabellos, la cara o la espalda encorvada sobre los libros o el trabajo. Esta vez como siempre le demostrará, que ha pesar de los años pasados, tiene miles de caricias guardadas entre los dedos, marchitos quizá y las volcará en él. Vuelve después de años y a pesar de la comunicación cotidiana, no es lo mismo tenerlo frente a sí. Al mirar sus ojos, sabrá de los años de desilusiones, angustias y alegrías Con sólo mirarlo, aguzando los sentidos, descubrirá una arruga prematura o un rictus desconocido. Sabe todo, su instinto de madre se lo dice, aunque se lo oculte, las lágrimas de los primeros meses, la nostalgia, el desarraigo. A la distancia ella ha sentido lo mismo, nunca lo manifestó en los mails casi diarios no quería que supiera de su dolor. Deseaba que la recordase altiva sin lágrimas, sonriente igual al día que lo despidió en el aeropuerto, au...

Araceli Otamendi

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Entre tumbas, cartas y recuerdos de Gardel De vez en cuando revolvía entre los papeles viejos: cartas, documentos, antiguas facturas pagas, fotografías familiares amarillentas. Era un exorcismo que me servía para tomar nota de los recuerdos, a la espera de que algún acontecimiento, algo los evocara y me pusiera a escribir, así, la historia que jamás me había atrevido a escribir, hasta ahora. Y así fue como encontré la fotografía de la tumba de Gardel en el cementerio de la Chacarita bordeada de flores rojas que los visitantes a diario le arrojaban. ¿Por qué la tenía ahí guardada en esa carpeta entre tantos papeles? A mi abuela le gustaba Gardel, lo había conocido en el pueblo de ella, allá en Rojas, en la Provincia de Buenos Aires donde también nació Sabato.  Donde mi abuela tenía el hotel y el Zorzal pasaba por ahí en sus giras  junto a Razzano. Además de admirar a Gardel, porque ¿quién no?, si cada día cantaba mejor, como decían, mi abuela conocía algunas historias del ce...

Cecilia Alejandra Alarcón

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El cuaderno azul Hace unos años falleció mi bisabuela. Ella fue quien me enseñó todo sobre la creación del mundo; nada sobre adanes y evas, nada de grandes explosiones, la historia que me contó fue otra, no sé si real pero llena de magia y poderes exquisitos. El día de su muerte, mientras todos se ocupaban de dividirse los bienes, me metí en su habitación secreta, donde ella solía ser libre y dibujar hasta que le sangraran las manos. Era un cuarto muy oscuro si permanecías con los ojos abiertos, pero al cerrarlos – ese era el secreto – se llenaba de colores, de luz y de innumerables pájaros parlanchines que enseñaban desde la filosofía griega hasta dibujar nubes. Sabía que ahí mi “nona” (así me gustaba decirle) guardaba un pequeño cuadernito teñido de azul gastado que al abrirlo inundaba con una increíble luz sepia; una luz usada pero bellísima al fin. Allí guardaba sus dibujos más preciados y la historia del hombre, una historia que según ella le había sido transmitida por un d...